Una vez, un amigo me preguntó que para qué escribía en
el blog si tampoco lo leía tanta gente. ¿Para qué crea el artista? ¿Sólo para
esperar miles de visitantes a su exposición? ¿O por el mero hecho de expresar?
¿De contar? ¿De hacer partícipes a otros, sean muchos o pocos, de lo que
siente? Escribo en este blog, no con tanta constancia como debiera, lo confieso, porque es lo que sé hacer y, tal y
como me dijo mi prima días antes de morir, “uno tiene que hacer lo que sabe. No
puede ser perezoso para desarrollar el talento que la vida le ha dado”. Así que, para muchos o pocos, aquí plasmo algunas de las cosas que ocurren, las que
veo, las que siento o percibo y las que otros me cuentan. Hoy, por ejemplo, me
gustaría hablar de comida. No exactamente por un placer gastronómico, sino
porque alrededor de ese mundo, este año he conocido a personas realmente
fascinantes y encantadoras. Debería dedicar este post a Marie-José Martin Delic Karavelic,
una francesa que me ha acogido en su vida profesional con la misma naturalidad
y generosidad con la que las flores dejan a las abejas recolectar el polen. Es
una estupenda contadora de historias y a pesar de que el español no es su
idioma materno, se expresa en un perfecto castellano con el que transmite sus
pasiones, las curiosidades y los misterios de las tradiciones culinarias
típicas de cada lugar. Marie José me mencionó, por ejemplo, la leyenda de los
árboles que lloran azúcar y que dan como resultado el jarabe de arce. Precioso.
Gracias a sus escritos he sabido también en qué consistió el menú de la última
cena que se sirvió en el Titanic el 14 de abril de 1912, un suculento manjar en
el que se combinaba el salmón, con las ostras o el foi-grass regado todo ello
con lo más preciado del mundo del champagne y los vinos. Un banquete con el que
muchos millonarios pasaron a mejor gloria. Pero quizás, de los mails que nos
hemos intercambiado, hay un dato que me ha dejado alucinada: el café más caro
del mundo está hecho a base de heces de un animal. Sí, sí, tal y como lo
cuento. Hablamos de una pequeña civeta que se alimenta de bayas de café maduro.
Al parecer, el bicho no las digiere y las expulsa intactas aunque, aquí está el
secreto, cuando pasan por el tracto intestinal se ven envueltas en una
combinación de enzimas y otras sustancias químicas que, según dicen los
expertos, es lo que hace que este café tenga un sabor único. Único, desde
luego. El Kopi Luwak, tal y como se conoce a esta variedad de café, se produce
en los archipiélagos de Indonesia y tiene toques de caramelo y chocolate. Su
precio puede rondar los 40 euros la taza. ¡Ahí es nada! Una delicia al alcance
de muy pocos y muy sibaritas, como la presentadora y productora Ophra Winfrey
quien, según dicen en internet, demuestra una gran predilección por esta
original bebida. ¿Qué por qué escribo en el blog si me leen pocos? Porque tal
vez más de uno o más de dos no sepan que las civetas asiáticas defecan el café
más caro y delicioso del planeta. Una información que de por sí no da el premio
Nobel de la sapienza, pero da mucho juego para crear una conversación, sobre
todo, si se está alrededor de una buena mesa o en la barra de un bar a punto de
tomarse un capuccino. Y para quien quiera saber más, le recomiendo que se pase
por Fogon’s Corner y lea atentamente muchas de las historias, increíbles, que
se esconden detrás de la comida.