LA MUJER QUE HUYÓ EN UN MERCEDES-BENZ

Copyright foto: Cortesía de Gooding & Company.
Baronesa y guapa. Lo cual no le daba acceso a ser elegante, pero lo era. Ni tampoco a tener estilo, pero lo tuvo. Su historia vital está decorada con el glamour de las fiestas más sonadas en las principales ciudades de Europa, las desgracias de la Segunda Guerra Mundial, la libertad y este coche que, sin duda, es el más bonito que he visto en mi vida y, según las previsiones, el más cotizado en las subastas de coches clásicos... Todo comenzó en Vevey, Suiza. Allí, murió Gisela Josephine Von Krieger. La encontraron muerta en su apartamento días después de su fallecimiento. Estaba sola, rodeada de algunas de sus posesiones más valiosas que le habían acompañado en vida, como la colección de joyas, valorada, según cuentan, en trescientos veinte mil dólares. Sucedió en 1989 y ella tenía 76 años.
Tres años más tarde, en 1992, un abogado llamó a David Gooding,  que por entonces era un empleado de la prestigiosa casa de subastas Christie’s, y le comentó que entre las posesiones materiales que él administraba se encontraba un coche, un Mercedes-Benz, propiedad en su día de una rica aristócrata. Estaba guardado en un garaje de Connecticut. Era negro y descapotable. En concreto, se trataba del modelo 540K Special Roadster. Pero no de cualquier 540K, sino de un modelo extraordinario, fabricado antes de la Guerra y, al parecer, diseñado por encargo de fabricación artesanal. El coche, imponente, aún tenía en el cenicero algunas colillas de cigarrillos con las huellas de carmín y en el interior de la guantera, un par de guantes de mujer, diseñados en seda blanca.
En 1936, la familia Von Krieger se convierte en propietaria de un coche tan especial y espectacular que, seguramente, sería la envidia de los altos cargos prusianos que presumían de poder y arrogancia. El objeto de deseo sería para Henning, sin embargo, acabó en manos de Gisela Josephine, su hermana, una mujer que por su belleza clásica, expresión fiera y seductora, se ganó el apelativo de la otra Marlene Dietrich así como entrar, por derecho propio, en la categoría de una de las diez mujeres más elegantes del mundo. En aquella época, tenía 23 años y era una joven decidida con altas cotas de ser aventurera y rebelde. La candidata ideal para conducir aquella pieza única que hoy se ha convertido en un auténtico tesoro.
La baronesa Gisela Josephine Von Krieger nació en 1913. Fue la única hija del barón Benno Julius Leopold von Krieger y la baronesa Ines Josephine Claasen Wilfert von Krieger, un matrimonio que pertenecía a la vieja aristocracia prusiana. Los detalles de su vida no son muy públicos aunque con la ayuda de Gooding and Company se sabe un poco más acerca de su historia. Siendo una joven de apenas veinte años, vivió en Londres, ciudad en la que se convirtió en una de las figuras destacadas de la alta sociedad e imprescindible no sólo en fiestas, sino en ceremonias de Estado, como la coronación de Jorge VI. También residió en Paris, desde 1933 hasta 1938, como huésped habitual de dos de los grandes hoteles: el Ritz y el Meurice. Los años de preguerra fueron años de placer y diversión alrededor de las bondades francesas: Cap d’Antibes, Cannes o Val les Bains eran lugares en los que se la podía ver junto a la compañía de su madre. Sus orígenes alemanes le pusieron en circunstancias tensas y poco agradables para un alma vividora y despreocupada como la suya, pero tratos de favor o simplemente la suerte de la baronesa la protegieron hasta el punto de que consiguió esquivar las órdenes alemanas de regresar a su país para conseguir residencia en el neutral Mónaco.
Europa en guerra, pero ella aún mantenía el glamour y la salvación. Algunas artimañas y una enfermedad, creo que fingida, la convirtieron en residente de excepción en Suiza, país de quien obtuvo un visado especial durante el conflicto y que le permitió vivir aquellos años de horror en los balnearios y ciudades más elegantes y emblemáticos: Lugano, Lucerna, Davos, Arosa y algunas breves estancias en Ginebra. Por supuesto, todos los traslados por la vieja Europa a bordo de ese magnífico Mercedes-Benz 540K Special Roadster que ha sido protagonista de tantas huidas como de encuentros sofisticados y apasionantes.
Suiza honró su no asociación con los nazis y le otorgó la residencia permanente para el resto de sus días. En 1950, con la guerra ya terminada, la baronesa Von Krieger se embarca a Nueva York junto a su inseparable auto y con el beneplácito del gobierno estadounidense que avala la garantía suiza sobre su no relación con los nazis. De la noche a la mañana, también le conceden la residencia americana y un abanico infinito, por no decir carreteras interminables, de viajes, nuevas rutas, posibilidades, descanso y placer.
En aquella época, el elegante y leal Mercedes se recorre las calles de Manhattan por las que su propietaria pasea, siendo una de las clientes habituales del famoso Waldorf-Astoria. Y también cruza el país de costa a costa, disfrutando del cálido clima de la costa Oeste y las vacaciones de verano en una localidad conocida como Greenwich, en Connecticut, donde acabó sus días de pompa y gloria, para reposar en silencio entre las cuatro paredes de un simple garaje.
La baronesa, por su parte, regresó a Suiza en 1959. Esta vez, en avión y sin su leal y excepcional auto. Del resto de su vida, hay poco publicado. Aunque conociéndome, no creo que tarde mucho en programar un viaje a Vevey… y curiosear durante unos días por el ambiente del último escenario que acogió las hazañas, las inquietudes, recuerdos y vivencias de esta gran dama de la aristocracia y la automoción.