Decía
que no le gustaba el color azul. Al menos, eso fue lo que confesó un día,
aunque algún azul se salvaba como aquel de su sudadera favorita. Las virutas de madera, sin embargo, le entusiasmaban.
De pequeña, se pasaba las horas en el
taller del carpintero, delante del banco de trabajo, observando aquellos trozos
pequeños de madera que se curvaban al capricho del movimiento de la cuchilla,
como si quedaran congelados por un golpe de viento. Además, desde su visión de
niña, los asociaba a las virutas de chocolate, así que además de apasionarle
como objeto estético, le despertaban el gusto y su vena golosa. Se los hubiera
comido todos de golpe de saber que, realmente, en vez de madera eran diminutas
porciones de chocolate y toffee…