LAS PROFUNDIDADES SIEMPRE EN CALMA


Torres del Paine. Chile. Copyright foto: Teresa Morales
No sé aún, en qué nivel de conciencia se encuentra la habilidad para olvidarnos de aquellos momentos buenos en los que fuimos felices. Ni cómo es el proceso por el cual, la cotidianidad se zampa de un bocado los instantes en los que tuvimos el privilegio de traspasar las fronteras del tiempo y el espacio, ubicándonos, casi por impulsos mágicos, en una dimensión de plenitud. Pero, tampoco sé ni cómo funciona ni por qué ocurre el mecanismo contrario. En el que, de forma  inesperada, se prende de nuevo una chispa en esa estancia de la memoria en la que hemos atesorado vivencias elaboradas de alegría y bienestar. Y entonces, el presente no es que se recubra de pasado, sino que se viste de la vibración exacta con la que supimos ver la vida, igual que la que por aquel entonces nos transportó a un estado positivo. Lo que yo llamo una armonización con el orden divino. Pero, hay tantos porqués que no entendemos, de los que ni siquiera somos capaces de atisbar una mínima respuesta, que lo mejor es dejarlos bien colocados sobre un banco elegante de madera de roble con cojines de seda y, mientras tanto, disfrutar al máximo del reencuentro con aquello que nos abre el alma de par en par para guiarnos por una pasarela de belleza y gracia. Desactivar el séptimo nivel de conciencia (ese sí sé cuál es, gracias a las enseñanzas de una amable lama budista) y navegar, sonrisa puesta, sobre un océano de profundidades siempre en calma por mucho que las olas se empeñen en surgir impetuosas y casi amenazantes.