ULURU



En el centro de Australia se encuentra una formación rocosa de 348 metros de alto. Es uno de los monolitos más impresionantes del mundo por sus dimensiones y porque, en medio de la planicie del desierto, se alza majestuoso, único. Quizás por todo esto fue el lugar en el que los aborígenes ubicaron el Tiempo del Sueño, el momento en el que comenzó todo. Y cuando ellos se refieren a todo es todo: la vida. El origen. Lo previo. Lo inicial. Aunque el territorio pertenece a los aborígenes son los blancos occidentales quienes explotan el parque natural. A ellos apenas se les ve porque, en su territorio, prefieren no dejarse ver. Huyen de la atracción y sólo piden que se respete la gran roca y sus tradiciones. Y así, por ejemplo, está prohibido fotografiar una de las cuevas más visibles, Mala Puta, donde las mujeres de la tribu de los Anangu se reunían para llevar a cabo rituales sagrados. Sin embargo, es imposible no caer en la tentación de esperar a que el sol se ponga para contemplar de lejos esta impresionante mole de arenisca que, según el momento del día, cambia de color. En el preciso instante en el que el astro rey se despide para ocultarse por la línea del horizonte, el naranja se ilumina y Uluru se vuelve incandescente. A lo lejos se oye algún dingo que ladra entre los arbustos pero el silencio del desierto protagoniza un momento estelar. Los pensamientos se paralizan para dar paso a las sensaciones. Y es cuando, intentando comprender las antiguas tradiciones, se llega a la conclusión de que algo tan especial y con tanta magia sólo puede ser el nacimiento del tiempo del sueño. Donde todo cobra sentido y, sobre todo, color.
Copyright foto: Teresa Morales. Uluru. Australia