
La historia dice que los aborígenes llevaban en Australia aproximadamente 60.000 años cuando los primeros ingleses desembarcaron en la isla continente hacia el 1770. Por aquel entonces, había unos 300.000 a 750.000 aborígenes, pero en 1911 (123 años después de los primeros asentamientos ingleses) solo quedaban 31.000. Actualmente, hay aproximadamente 400.000 aborígenes, solo el 2.1% de los 19 millones de australianos. Lo lamentable es que un porcentaje muy alto de esa población son pobres, desempleados, presos y mueren muy jóvenes. La llegada a Alice Springs es una toma de contacto con los datos que se registran en informes y que manejan los medios de comunicación que se atreven a hablar del tema. A escasos metros de la carretera principal de este pueblo semidesierto que, no se sabe muy bien quién, decidió construir en medio de la nada, se reúnen grupos de nativos. Todos, menos los niños, dan síntomas de estar alcoholizados. Casi todos caminan descalzos. Llevan la ropa sucia y tienen la mirada absolutamente empapada en aburrimiento y desolación. Acaparan las esquinas y las aceras de esta aldea remota del resto del mundo y simplemente dejan la vida pasar. No hablan y cuando miran lo hacen con cierta arrogancia bañada en rabia y desazón. No parecen amigables, ni tampoco enemigos. Ellos están, intentando sobrevivir a la barbarie del hombre blanco sobre su propio territorio, cultura, herencia y vida. "Los aborígenes sólo dan problemas, la culpa de todo: el alcohol" Eso me decía Bob, un australiano sexagenario de Melbourne, hijo del mar y adoptado por la inmensa planicie del desierto rojo. Vive en Curtin Springs y obtiene dinero trabajando como cocinero para turistas. Mientras me repetía sus palabras, le pedía a la azafata de la Tiger Airlines una tercera y hasta una cuarta lata de cerveza. Al parecer, el alcohol no es sólo un problema de aborígenes. Cuando la primera realidad del desierto es la imagen de una raza, tribu y pueblo marginado, señalado como vergüenza pública y relegado al olvido, el cansancio del viaje se magnifica y lo único de lo que soy capaz es de mirar hacia arriba para perderme por el mundo de las formas retorcidas de las ramas de los gum trees bajo la penetrante luz del atardecer del interior de Australia.
Copyright foto: Teresa Morales. Alice Springs. Australia