
Leo comenzó su afición por recoger papeles de la calle el mismo día que su madre se lo prohibió. Tenía 11 años y lo único que le interesaba eran las palabras manuscritas que encontraba por el suelo, en los sillones de la sala de espera del dentista o en los rincones de los portales. La primera hoja arrugada que abrió contenía una frase con la que Leo cambió el rumbo de su vida:Te llamaré y me contarás cuatro historias de las tuyas… Lo que más le sorprendió fueron aquellos puntos suspensivos que dejaban el relato abierto a cualquier posible final. Desde ese momento, se propuso crear los cuentos con los fragmentos que otros escribieron y que, sin saber por qué, acabaron sucios, tachados y abandonados. Con cada pedacito de papel que recogía de la calle, construía una frase o un párrafo. Los iba atesorando en una caja de cartón que escondía debajo de su cama y cuando ya tenía un número considerable de ellos, comenzaba a imaginar de qué forma encajaban mejor. Y así, inició y acabó el cuento que nunca escribió: Te llamaré y me contarás cuatro historias de las tuyas. La del pájaro de cola roja que sólo aparecía en los días de lluvia, la de la sombra que nunca te dejaba en paz, la de la flor que cambiaba de color y nació con el don de no marchitarse jamás o esa que tanto me gusta, la de los dos ángeles de la guarda que aparecieron sin avisar, te secaron las lágrimas y, entre risas y miradas atentas, te rescataron del naufragio. Te arrastraron hasta la orilla y allí, sobre la arena blanca, dibujaron el plano de una casa ideal. Pintaron un espejo enfrente de la puerta que te devolvió tu propia realidad y diseñaron un tragaluz para que vieras el cielo desde cualquier rincón. Más serena aunque no curada al cien por cien, conseguiste mirar al mar sin aterrarte y, de nuevo, volviste a construir castillos de ficción que hablaban de niños que rescataban palabras de la nada para contar historias ajenas sobre gente que llamaba a gente que tenía algo que contar.
Copyright foto: Teresa Morales. Bondi Beach. Sydney