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Para el viajero que llega por primera vez a Tokio sin conocimientos de japonés, aterrizar en el aeropuerto internacional de Narita es una sensación extraordinaria de perplejidad. El primer contacto, casi obligado, es enfrentarse con las máquinas expendedoras de billetes de tren, síntoma evidente de que la sociedad nipona vive automatizada. De hecho, las máquinas expendedoras son presencia constante por las calles de la capital. Las hay de tabaco, de refrescos, de sopas, de té y café, de camisetas y hasta de teléfonos móviles o, lo más erótico y alucinante: de ropa interior usada de jovencitas … Tan increíble es esta peculiaridad como el hecho de que en una ciudad de más de diez millones de habitantes, la banda sonora que se repite a todas horas sea la de las pisadas sobre el asfalto y los mensajes que se transmiten en la megafonía del metro. El silencio suele invadirlo todo y es casi improbable toparse con un conductor impaciente que toque el claxón o compartir vagón con un grupo de jóvenes alborotados. Tokio es ajetreo y acción pero siempre dentro de un orden y una organización calculados al milímetro...
Copyright foto: Teresa Morales Ikebukuru. Tokio.