
Tengo la virtud de sonreír y el vicio de llorar. Lo primero me sirve para conquistar y lo segundo para preocupar. Tengo una tercera habilidad: imaginar. Me paso el día yendo y viniendo por esas veredas que el pensamiento va trazando sin previo aviso. La imaginación, que todo lo puede, cincela esculturas para entretener la mirada, dibuja paraísos con ceras de colores o, en el mejor de los casos, perfila casas encantadas donde el embrujo del buen porvenir me da la bienvenida. Toco a la puerta, toc-toc, y una anciana, de pelo blanco y vestido negro, me sonríe y me acoge para contarme el cuento de su vida. Josefa nació en Cuba pero cuando apenas levantaba tres palmos del suelo, su padre estimó que sería conveniente que su mujer y su hija regresaran a la madre patria. Galicia las acogió, entre olor a eucaliptos y huertos de berzas. El campo fue su paraíso y su cárcel. Le dio tantas cosas como le quitó. Le proporcionó comida y dinero, pero le arrebató salud y libertad. Cuando estalló la guerra civil, su padre, al que nunca había vuelto a ver, quedó retenido en la isla y cuando la guerra finalizó, fue Fidel y su gobierno quien no le dejó emigrar. Josefa creció con un hermano, varias vacas y otras tantas gallinas. Sobre su cabeza cargó cereal, cántaros de agua, lecheras que pesaban litros y cestos de paja con kilos de hortalizas que vendía en los mercados de los pueblos vecinos. La vida le otorgó el sacrificio de criar tres hijos y el amor de los suyos le devolvió la bendición de darle cuatro nietos y dos bisnietos. Tiene 80 años, la columna vertebral casi rota de tanto con lo que ha tenido que cargar y, a estas alturas, lucha contra una pulmonía que la retiene semanalmente en un centro de salud de una pequeña localidad.
Cae el sol, el día oscurece, las persianas de madera rechinan y el viento mueve las contraventanas. Josefa se va, entra en enfermería y la sala de espera enmudece. Una voz me llama: "Ya nos podemos ir" Y antes de volver a desaparecer para caminar, abro la puerta, sonrío, me acerco y, sin quitarle la mascarilla de oxígeno, la beso y me despido de ella. "Cuídese mucho, ¿prometido?" Josefa tose, sonríe y a ambas se nos llenan los ojos de lágrimas. Las dos tenemos la virtud de sonreír y el vicio de llorar.
Copyright foto: Teresa Morales. Casa vieja. Sahagún