LA PELICULA


En via Margutta, donde habitó Fellini (sólo uno de los cientos de artistas que han pasado por aquí) un señor de gorro borsalino y pantalones rosas se pasea a todas horas. Sólo habla con los propietarios de los negocios de la calle: anticuarios y galerías de arte en su mayoría. Ellos. A ellas las deja en paz. Dicen que está loco y que, esto es lo más relajante, no es peligroso. Yo lo he adoptado visualmente como un elemento más de la decoración urbana, al igual que la enredadera del número 33, las bicicletas aparcadas, los Smarts en formación de fichas de tetris, los escaparates de firmas caras, los adoquines y el aroma a laurel que crece en las jardineras públicas. Ahora, el buen hombre, ha de compartir paseos arriba y abajo con una pareja de militares que, metralleta en mano, vigilan la travesía, a los pies de un todoterreno del ejército que, francamente, impone cierto respeto. ¡Yo, que siempre había huido de vivir cerca de un cuartel de la Guardia Civil! Le pregunto a la casera y ella me remite a una vecina. Esta supone que "algún diplomático o político se ha mudado aquí". ¿Aquí? ¿A una calle semipeatonal que precisamente lo que la hace encantadora es que es estrecha, corta y arrinconada? Lo justo para tener un atentado y salir corriendo. De ser cierta la suposición, no me queda más remedio que confesar mi perplejidad ante las maneras, dichos, hábitos y rutinas de los italianos. Una sociedad que más que vivir, fluye. Dan el buon giorno incluso a las cinco de la tarde. Cuando hay una pelea, gritan, pero no luchan. Te conceden cita al pomeriggio que es una franja de tiempo real como concepto pero inexistente en la agenda. ¿Cómo va a haber un pomeriggio hasta las seis, si a las cinco te dan el buon giorno? Omiten las advertencias que, generosamente les aportas porque aquí, no hay reglas, y si las hay, son para saltárselas. Eso sí, cuando las cosas se tuercen introducen su queja con un "ha pasado algo horrible". A la espera de que te comenten el nombre del muerto, te quedas patidifusa cuando lo siguiente que escuchas es il gatto se ha fatto pipì y popò sul divano. Gran gilipollez italiana para decir "se ha meao" y "se ha cagao". Y ahora viene lo mejor... después de indagar y entrevistar a más personas, la razón de la presencia militar en territorio civil no es ningún diplomático, sino la gamberrada de alguien que ha lanzado un huevo contra la ventana de las oficinas que cierta sección política tiene en la apasionante Margutta. Como dice mi buen amigo Amézketa... "para morirse de risa".
Copyright foto: Teresa Morales. Roma