ME FUI MUY LEJOS...


... y cada día estoy más cerca. De mí. Lo que se ve es real. Impresiona, pero es real. Para llegar ahí se necesitan muchas horas de vuelo. Y cuando digo muchas, son muchas. Más de un día desde mi país de origen. Y para enlazar el aeropuerto más cercano con estas visas, se necesitan cuatro horas de van. Es decir, y en términos castellanos: una furgoneta tipo repartidor de periódicos y revistas recorriendo una pista de arena. Poco cómodo, pero reconfortante cuando lo que se obtiene a cambio es el ventanal de la habitación número 4 del hotel Salto Chico (www.explora.com) en el Parque Nacional de Torres del Paine, Patagonia, Chile. Viento, nieve, glaciares, avalanchas que sonaban primero y se veían después dejando la montaña cubierta de un polvo blanco... Turquesas, esmeraldas y azules en el agua. Y un celeste sin definir en un cielo que, como bien comenté nada más llegar, en aquella parte del hemisferio sur, pegadito a la Antártica, tiene una perspectiva gran angular. Colinas verdes, animales salvajes que no se asustan al paso, aunque tampoco tientan a la suerte, flores recién nacidas y el sonido de la vida en constante efervescencia en un lugar remoto donde la ignorancia me llevó a creer que sólo encontraría silencio y frío.
Por suerte, la realidad, a pesar del cansancio, me instaló en un extradordinario refugio de montaña donde conocí a Roselyn y aprendí, una vez más, nuevas lecciones.
Hace más de 50 años, alrededor de 70 para ser exacta, la joven irlandesa Roselyn emigró a Suecia. Allí se ganaba la vida impartiendo clases de inglés. Un día, en uno de los encuentros que la comunidad anglosajona organizaba para pasar el rato y entretenerse, conoció al que sería su marido, un joven australiano que había ido, obligado por su empresa, hasta Estocolmo, para poner en orden en ciertas competencias de la compañía. El amor surgió. El amor verdadero. Ese que se ve, se siente y por el que se apuesta sin miramientos ni miedos. Hoy, aquel joven ha llegado a los 90 y ella, recién cumplidos los 92 (según contaron). Han vivido siempre juntos, cruzando fronteras y construyendo un hogar que, para quienes siempre hemos creído en las cosas auténticas, se nos presenta como ejemplo de admiración. Pero este cuento no es una historia de amor (simplemente), sino el relato de superación de una mujer que a su edad y con las secuelas de un derrame cerebral que le ha dejado el lado derecho de su cuerpo atrofiado y torpe, ha decidido ponerse de frente al gran glaciar Grey. Su sueño desde hacía 40 años y el regalo que su marido le preparó antes de que un cirujano vuelva a operarla a vida o muerte.
Y la proeza fue así. Los guías del hotel se multiplicaron para poder llevarla en sillas de ruedas por un sendero de 14 km. Subió montañas, como dice la canción. Y las bajó. Cruzó bosques, sintió el viento, se abrigó y avanzó, transportada en andas por varias personas. Se dejó llevar y cual reina en su trono de inválida pasó de una orilla a un bote y de ahí a un barco en mitad de un lago gélido. Raimundo, el guía de montaña de mi primer día, me lo explicó así: "Ella, lo único que hacía era sonreír y confiar en nosotros". Me fui muy lejos y descubrí, una vez más, que donde hay amor y pasión por vivir, el miedo no existe. Y ahora estoy más cerca. De mí.
Copyright foto: Teresa Morales. P.N. Torres del Paine, Chile