LA ESPERA


A los pies de la basílica instalaron miles de sillas que dos rumanos y un polaco alinearon perfectamente. Cinco centímetros de diferencia entre cada una, a los lados. Cincuenta centímetros de diferencia entre cada fila. Era un día cualquiera de diciembre cuando el número de turistas apenas tenían que esperar dos horas para entrar. Afuera, el cielo sorprendió con un azul radiante y limpio. Cincuenta religiosos desfilaron entre el pasillo de columnas con rumbo hacia alguna parte. Una veintena de vendedores ambulantes de países asiáticos donde lo que se consume es la religión musulmana. Aproximadamente, más de una decena de taxis por cada medio minuto circulan por el lateral de la plaza. Un policía a lo lejos, imperceptible. Treinta y tres tiendas especializadas en calendarios santos y rosarios. Cinco cafeterías en las proximidades, miles de ellas en el centro y alrededores. Un único castillo a lo lejos, el de Sant'Angelo. Luces, sin definir, apagadas, esperando al renacer de la noche. Una bicicleta roja, la mía. Otras varias aparcadas y hasta destartaladas, las de ellos. Más de diez grupos de veinte y veinte parejas de dos. Motos, a patadas. Flores, algunas en los balcones de las casas colindantes. Euros, millones, los que se depositan en las taquillas del museo. Y dos gorriones, a la espera de que el espectáculo del día siguiente comience.
Una imagen real de cifras que no son, pero podrían ser. De alguna forma había que justificar la foto, auténtica, de dos pájaros aposentados en la gran plaza de la basílica de San Pedro mientras el resto, como yo, observábamos o esperábamos.

Copyright foto: Teresa Morales. Piazza de San Pietro, Roma