Lilium. Copyright foto: Teresa Morales
Vuelvo a escuchar lo que me dicen, así, casi en susurros... De una forma sigilosa, cuando desde otra dimensión atisban que la rutina me envuelve y la inocencia, limpia y luminosa de la comunión con la naturaleza, comienza a debilitarse. Me sugieren que no pierda el rumbo y esa voz Suprema, la que me guía por este camino donde todo parece renacer y florecer, me comenta, en tono amigo, que asumir responsabilidades no tiene por qué ser una carga incompatible con la pureza. "Simplemente, pon amor en todo lo que vaya aconteciendo". ¡Qué fácil!, ¿verdad? Y si es así, ¿por qué tan a menudo nos perdemos en los derroteros del miedo y la desesperación? En los laberintos de las preocupaciones y los malentendidos. Tan fácil, todo sería y es tan fácil con poner amor en cada respiración. Pienso, reflexiono, llego a mis propias contemplaciones. Que ahora ya sé que no son mías, y que sólo soy un vehículo con el que, y gracias al que, expresarlas. Si cierro los ojos, escucho los vencejos. Y da igual que afuera haga frío o calor, porque ese sonido, chillidos alegres al amanecer, me hablan de verano. De un tiempo de sol y luz. Todo se ilumina, como esa gracia del Espíritu Santo al que hizo referencia el Papa en su homilía del pasado domingo para referirse a otro Papa que ahora es Santo. "La docilidad al Espíritu Santo. Una guía guiada...", dijo para comentar el perfil que caracterizó al ya proclamado San Juan XXIII. "¿Quién es eso más grande que nosotros?", me preguntó ayer, en tono retórico, una señora de 95 años que ha vuelto a adornar mi vida con alegría y esperanza. ¿Quién es eso? No sé. Desde mi pequeñez, solo llego a tocar, o simplemente acariciar, algunas realidades reveladas. Que en todo ser hay dos energías muy potentes. La debilidad y la fortaleza. La segunda es honestidad. Valor. Sabiduría. Discreción. Humildad. Vibra en términos de amor. La primera, vibra en términos de sombras. Miedo. Nerviosismo. Inquietud y falta de fe en Dios. En el Creador. Esa Mente Suprema de la que hablan algunos gurús orientales.
El buen entendimiento entre ambas partes permite una acción constante que emana vida en equilibrio: armonía. Para eso, la debilidad ha de confiar y respetar a la segunda energía de luz. Admirarla y delegar en ella. Y esta segunda, la fortaleza, ha de aceptar la idiosincrasia de su contraria. Inspirarla y guiarla. Sin presionar. Ni juzgarla. Juntas, diferentes y complementarias. ¿Por qué no?