TAN BELLO COMO UN COPO DE NIEVE


Ávila. Copyright foto: Teresa Morales
A esta misma hora, en estos mismos minutos, las llamas consumen un cuerpo. Y lo devoran. Es lo que dicen los escritores cuando se ponen poéticos. El fuego devora. No mastica, no ingiere, no procesa, no paladea, ni mucho menos saborea. No. El fuego devora. Para hacer de la extinción algo más rápido porque hay tragos que cuanto más veloces, mejor. El cuerpo se consume. Se va. Desaparece. Pero el cuerpo, alla fine, no es más que un envase. Un envoltorio. Una caja. Una scatola, como esas tan bonitas que elabora mi amiga María Ángeles Vila. Un recipiente en el que envolver memorias. Recuerdos. Emociones. Un hueco, limitado por los seis lados, para que nada se escape. Aunque un día, así, de pronto, viene el viento del sur o las nieves del norte, y algo se cuela por una rendija. Y entonces, como si tal cosa, a la manera poética de los cineastas japoneses, el alma comienza a irse a hurtadillas. Sigilosamente. Lo hace despacio, con esa suavidad y delicadeza con las que los bailarines acarician el suelo de madera de los escenarios. Y un aire, que no un viento, sopla poco a poco. De manera imperceptible. El alma, de pronto, algo más ligera, comienza a girar y girar, a danzar en medio de una vacuidad que habla de plenitud. Ya fuera de esa scatola que durante años la ha acogido, para bien y para mal. 
Hoy, la nieve aún sigue intacta en algunos rincones de la ciudad. Sobre las ramas de los árboles solo quedan los pájaros que, sorprendentemente, se despiertan todos los días con una alegría radiante y contagiosa. Su trinar consigue que los "bajo cero" tengan cierto aroma a primavera. Y los tímidos rayos del sol a primera hora se transformen en fuertes guerreros de luz y esperanza a lo largo de la jornada. Hoy, a esta hora en la que el fuego consume un cuerpo, queda la memoria. Esa que curiosamente abandona a algunos, pero que a otros nos permite, todavía, diseñar un collage sentimental con los mejores episodios de una infancia, una adolescencia, una juventud y una madurez feliz en familia. Al apreciar con respeto esta piccola opera de vita solo puedo sonreír. El fuego lo devora, pero allá, donde su alma ya está libre y entusiasta en su nuevo caminar, un letrero recuerda que vivir y morir es parte de lo mismo, de un algo, un todo, un no sé qué tan bello como un copo de nieve.