LA ABSOLUTA CONVICCIÓN EN LA BONDAD


Pantano del Burguillo. Finca particular. Copyright foto: Teresa Morales
Conozco a un señor A. que se desplaza desde el comedor hasta su habitación con la tenue fuerza de sus brazos y la quietud de su única pierna. Las manos, apoyadas sobre las ruedas de la silla, generan el movimiento suficiente para avanzar, aunque a su paso, otros, más ágiles y enteros, siempre le adelantan. A él le da igual. Puede que en su ir y venir pausado ya no se acuerde de aquellos días en los que, tal vez, su madre le leía cuentos sobre la mesa roja de la biblioteca del barrio. Cuando en su mirada, de absoluta curiosidad por una vida sorprendente, nadaban los rostros de adultos que le sonreían, saludando con ternura su refrescante y chisposa inocencia. Años, esos, en los que probablemente él aún no llegaba a la altura del picaporte de la puerta de la cocina, y su cuerpo, casi seguro, se movía con la agilidad escurridiza de un pequeño reptil. Culebrilla, le diría su abuela, cuando saltara del sofá al suelo para correr en busca de los tesoros que la imaginación había organizado meticulosamente en las estancias más especiales de la casa familiar. Por supuesto, el dormitorio de la nonna, con sus rosarios, vírgenes, santos y aquellos retratos habituales en colores pastel de hombres que, como en muchos hogares, murieron demasiado jóvenes para haber aprendido a amar.
Ahora, la vida rueda a otra velocidad. Con la tenue fuerza de sus brazos y la quietud de su única pierna... Aún así, avanza y llega siempre hasta el final. Verle produce en mí un profundo respeto, y la firme y absoluta convicción en la bondad y la elegancia innatas del ser humano.