UNA LIBÉLULA AZUL Y EL MÁS ALLÁ


Canal de Castilla. Copyright foto: Teresa Morales
En el más acá, también un batallón de mosquitos. Una familia de pulgas a las que no vi, pero hoy sentí. Un grupo de patos que, por algún rincón, entre olmo y olmo, volaban a sus anchas. El sol, tímidamente íntimo. El Alvia, puliendo los raíles de la vía que va de Madrid a León. Un silencio que dormitaba a esa hora del día en la que el ruido se concentra siempre en las cocinas, entre pucheros, aromas a sofritos y conversaciones familiares con el runrún del televisor. Más acá, mucho más acá, una multinacional de hormigas me desvelaba el secreto del buen hacer.  Y el agua, apacible en un mediodía templado, me enseñaba cómo atisbar que la vida da igual observarla al derecho que al revés, porque en el fondo y sobre la superficie, el cielo puede ser suelo, y el suelo, todo un cielo que surcar. Media tortilla a la que alguien, sin querer, tuvo que renunciar; un trozo de hogaza que un primo que no era de mi familia me regaló; emociones y lágrimas por quien se fue, y una libélula azul que decidió acompañarme vistosamente en mi caminar. O mejor, en mi sentar. Y allí me quedé. Quince minutos. O treinta. Tal vez una hora. No lo sé. En aquel punto palentino del Canal de Castilla, a su paso por Becerril de Campos, dejando que las penas y las destemplanzas se diluyeran corriente abajo, y la fuerza vital apareciera otra vez, de forma natural, como director de filarmónica, agradecida y dispuesta a volver a tocar. Porque la muerte no es más que un viaje o tal vez solo un destino más de todos los que se cruzan en nuestro vivir.