LA OPORTUNIDAD DE VOLVER A VER

Un rincón en Roma. Copyright foto: Teresa Morales 
Yacía tumbada sobre el banco de madera, en la terraza de la casa de mi amiga Sheila. Al abrigo de la atmósfera romana en esa siempre entrañable y familiar via Margutta. El sol se colaba discretamente por las estrecheces de aquel techo de cañas que durante tantas noches y tantas cenas me cobijó. Me olvidé por un instante de las formas y, en aquel momento, solo vi luz y una preciosa combinación de colores que me parecía tan mágica como irreal. Y no, no es una redundancia. A veces existe la fortuna de experimentar la magia de una forma real. Probablemente, esto mismo es lo que quizás han llegado a sentir los miles de niños y adultos de algún lugar remoto del planeta  (desde las aldeas recónditas de Burkina Fasso, hasta las villas humildes de casas más de hojalata que de hormigón de paisajes andinos en los que una vez tuve la suerte de estar). Hablo de niños y adultos que se pusieron en manos de las cientos de personas que dan voz y sentido a la organización española PODERVER. Una asociación compuesta por once organizaciones no gubernamentales de nuestro país que se dedican a la prevención de la ceguera. Ellos, poquito a poquito, dan testimonio de su presencia, y por increíble que parezca, lo hacen con cierta discreción a pesar de que el mérito que acumulan es demasiado grande para pasar desapercibido. Solo diré que, tal y como conozco por muy buena fuente, cada uno de los más de 100 oftalmólogos que están asociados dedica parte de su tiempo libre, sus conocimientos, recursos y medios (personales y profesionales)  a curar a quienes no ven. En Bolivia, Perú, Etiopía, Ecuador, Kenia, India, Tanzania, Nicaragua... La lista sigue hasta llegar a dar cifras que todos, sin excepción, deberíamos aplaudir. Más de 10.000 intervenciones quirúrgicas para evitar la ceguera, más de 160.000 personas atendidas para mejorar su vista, más de 6.300 gafas ofrecidas para que un par de cristales devuelvan la vida, no solo a una niña o a una mujer, sino a una comunidad entera. Porque, he aquí lo grandioso: la niña que no ve, no puede ir a la escuela. Abandona los estudios y su futuro se resume en atender a la familia, en el mejor de los casos. En el peor, será víctima de infiernos que prefiero no relatar. No podrá hacer cuentas, ni leer, ni comprender, ni defenderse. Ni llegar a tener voz ni voto en su sociedad. Pero un par de cristales, una simple graduación, le da la oportunidad de continuar trazando líneas, letras, sílabas, palabras y frases sobre el pentagrama de conocimientos que le catapultará hacia la libertad y su propia evolución. 
Hoy, rescato esta fotografía para reivindicar la luz, la que tantísimas  personas que no podían ver ya son capaces de atisbar, percibir, observar y finalmente plasmar... ¡quién sabe dónde! Sobre una hoja de platanera. Puede ser. Sobre la arena de esa pista de tierra que conforma el acceso a su ir y venir. Tal vez. Sobre la superficie en blanco de un papel que una doctora les dio. ¡Por qué no! Da igual el dónde y la forma, lo importante, una vez más, es abrir bien los ojos y saber que se ve. Que la magia no pertenece al mundo de los sueños de noches de oscuridad, sino que es y puede ser tangible y muy, muy real.