293 METROS DE NO SÉ QUÉ

Alpes italianos. Copyright foto:Teresa Morales.
Sassolungo y Sassopiatto nacieron a la vez, de la misma madre y del mismo padre. La única diferencia entre ellos es que el primero llegó a medir 3.181 metros, mientras que el segundo, no se sabe muy bien si por respeto, amabilidad o por temor ante su hermano, se quedó en los 2.958 metros. Una cifra que, por otra parte, no tenía nada que envidiarle a nadie. 
Allí, en los Dolomitas, en la zona norte de los Alpes italianos, los dos crecieron al abrigo de los vientos y las nieves. Arropados por animales adorables y por bosques de pinos que dan sombra solo en los meses de verano. El resto del año optan, simplemente, por salpicar el paisaje con su presencia verde oscura en contraste con un pasto perpetuamente verde cristalino. Los cielos, en aquel lugar, guardan aún un nivel inusual de pureza. Si están rasos, el azul pinta majestuoso sobre las cimas de los dos picos; si están nublados, se muestran misteriosos y apasionadamente cautivadores, llenos de contrastes. Jugando, en ocasiones, a escondites donde las cimas van y vienen a la vista, dependiendo del capricho de unas brisas que no siempre surgen suaves ni domables. 
Su imagen resulta tan impactante y sobrecogedora, como atractiva y cercana, a pesar de las dimensiones y de las aristas escarpadas. Durante el día, se manifiestan como príncipes altivos; pero durante la noche... ¡Ay, la noche! En un silencio demoledor, limpio y electrizante, repleto de llamativas estrellas, Sassolungo y Sassopiatto desfilan desde su aparente quietud como dos almas dulces y sociables, dispuestas a susurrarte al oído canciones de nobleza y lealtad; o leyendas de personajes que habitaron en sus cuevas más recónditas y secretas. 
Volvería hoy, otra vez, a sentarme frente a los dos, en esa hora oscura en la que todo parece más intenso de lo que es, y los miedos intentan asaltar la mente con sus patrañas de situaciones imaginadas que nunca, por suerte, llegan a suceder. En esa hora próxima a la madrugada donde uno está a solas con lo impactante, sintiéndose pequeño y vulnerable en medio de una naturaleza de la que, aún siendo parte, siente como ente ajeno y devastador.  Y esta vez, me gustaría ser yo quien les contara una historia. No sé. Tal vez alguno de los cantos de Milarepa; o algún fragmento del Sutra del Corazón. Algo que les hiciera brillar, aún más, en esa maravilla inmensa en el norte de Italia que representa el Südtirol donde la tierra, tantos millones de años atrás, se desgarró, transformó y trascendió en otro cosa que no era para dar a luz a dos hermanos. Nacidos de la misma madre y del mismo padre y separados, solo, por 293 metros de no sabe muy bien qué.