REFLEXIONES DE UNA PANDEMIA

Los incendios del otoño pasado en Australia acabaron con la vida de 480 millones de animales. Millones, no miles, sino millones. Son estimaciones del profesor Christopher Dickman de la Universidad de Sydney, realizadas a partir de varios estudios precedentes sobre la densidad de fauna en el país. 
Hace años, National Geographic denunciaba en un artículo la situación a la que muchas especies tenían que enfrentarse. La revista contaba cómo las muertes masivas de animales  eran fenómenos cada vez más recurrentes, llegando a ocasionar 1 billón de muertes. No un millón, sino un billón. 
Hoy, 22 de abril de 2020, el mapa en tiempo real de la Universidad Johns Hopkins estima que la cifra de personas fallecidas por o con el COVID-19 es de 177.602 (a la hora en la que escribo estas líneas). Casi, casi, podrían caber en el estadio Reungrado Primero de Mayo de Pyongyang (Corea del Norte) con capacidad para 150.000 asistentes. Visto así, ¿a qué no parece una cifra tan alarmante?
Esta introducción, que para muchos pudiera ser desproporcionada y sin sentido, es, sin embargo, muy gráfica para hacer una pequeña reflexión sobre cómo los humanos entendemos la muerte, la propia y la ajena.  
Para empezar, creemos que los peces, canguros, pájaros, ratas, insectos varios y cualquier otro ser vivo que no tenga el apellido "humano" detrás, es algo absolutamente diferente a nosotros dentro del Planeta Tierra. Algo que, si bien no merece morir, no parece importar mucho que desaparezca, despreciando así el valor de su vida. Pero ¡ay amigos! que no nos toque nadie nuestra existencia, ni siquiera un virus. 
Permanecemos aquí, en este sistema, sintiéndonos (convencidos de ello, ¡he ahí el verdadero drama!) que somos algo aparte de la Naturaleza. 
No se nos ocurre pensar que somos solo una partícula de todo el engranaje natural. 
No acabamos de entender que solo somos una especie más, y caemos en la trampa de construir (y defender con uñas y dientes) la identidad férrea de que somos  dueños y propietarios de aquello que nos rodea. 
Y claro, cuando la enfermedad se instala en nuestras sociedades de una forma "natural" y pandémica, no controlada por nuestra capacidad racional (falsamente percibida como omnipotente) también se instala el caos, el miedo, la resistencia, el horror, el drama y el pánico a desaparecer. Porque no permitimos que nada altere esa "grandiosidad" que hemos erigido desde inmemorable tiempo atrás.

Los maestros espirituales de todas las disciplinas y religiones saben que este es un buen momento para que la humanidad despierte. 
Podríamos empezar por vernos, con nitidez y sin dudas, como una especie más de entre las miles que habitan la Tierra; susceptible también, por otra parte,  de ser objeto de muertes masivas y extinciones  no provocadas por el hombre, si resulta que la Madre Tierra considera así una nueva manera de contribuir al equilibrio del ecosistema.
Podríamos continuar aceptando que no somos onmipotentes. Que no somos el Todo, sino parte de un Todo. 
Que la muerte no es un drama. Pero sí lo es el modo en el que lo hacemos o la manera en la que nuestros propios congéneres nos obligan a hacerlo  (genocidios, asesinatos, malostratos, guerras, aislamientos, violaciones…) 
Podríamos repetirnos a cada  milisegundo que la vida es impermanencia, y que en el tiempo que podamos permanecer vivos, como seres y como comunidad, deberíamos poner nuestra inteligencia al servicio del bienestar global.
Nuestra inteligencia (¡oh, esa gran herramienta con tanto potencial que sí nos diferencia del resto de los animales!) al servicio de mejorar la armonía de los bosques; la salud de los mares, ríos y océanos; el habitat de los animales (sean del tamaño que estos sean); la apariencia y los recursos de las montañas; y la calidad de vida de cualquier otro ser, aunque no tenga el apellido "humano".
Tal vez estos meses de COVID-19 y este año 2020 sea el momento para despertar a nivel individual, social, nacional e internacional. Precisamente porque nuestra mente está preparada para hacerlo es tiempo de apostar por ello.
Copyright foto: Teresa Morales