LA VIDA ES DE LAS VALIENTES

Elizabeth Sarah Mazuchelli, más conocida por el nombre de Nina, de soltera Harris, nació en 1832 en Inglaterra. Murió en Nantgaredig, una localidad de Gales, cuando ya había cumplido los 82 años. Hasta ahí, todo normal. Sin embargo, aquella inglesa casada con un italiano, convertido a capellán anglicano, pudo (y consiguió) llevar una vida que, para la época, fue más extraordinaria que habitual.

Copyright foto: Teresa Morales / freelanceviajera. De Navandrinal al Zapatero. Ávila

Los Mazuchelli se trasladaron a la India por motivos laborales de él. Allí, en Darjeeling, se asentaron y desde allí, la intrépida Nina constató que su alma contenía una dosis elevada de exploradora que no podía (ni quería) reprimir. El mundo era demasiado fascinante en los alrededores de  aquella cercana colina del Tigre desde la que se divisaba cómo los Himalayas imponen su majestuosidad, imposible también de refrenar. Solo había una manera de experimentar aquella belleza: yendo hacia ella y adentrándose en esa sobrecogedora profundidad de las montañas más altas del mundo. Pensado, dicho y hecho. El primer paso fue convencer al señor capellán que acabó sucumbiendo ante ese plan "disparate" urdido por su mujer para explorar el Everest. El beneplácito del bendito permitió, entre otras cosas, que Nina se convirtiera en la primera mujer occidental que penetró en los secretos de aquel paisaje. Bien es cierto que nuestra heroína y su expedición no hicieron cumbre (¡faltaría más!) y que las condiciones climatológicas y orográficas de la zona no les permitieron tampoco lograr grandes hitos comparables a los de años posteriores, pero ¡eso sí!, consiguieron acercarse lo suficiente como para que ella se convirtiera en una pionera y escribiera The Indian Alps and How We Crossed Them. Recorrieron 900 kilómetros durante dos meses a través del conocido Singalila Ridge, una peregrinación que estuvo repleta de retos, obstáculos y episodios tan desesperantes y extremos como anecdóticos. Trayecto que, por otra parte, Nina jamás hizo a pie, pues a ella la transportaban siempre en una especie de litera portada por cuatro hombres.

Esa primera incursión femenina en montañas que no solo son lejanas, sino peligrosas, queda estupendamente reflejada en el libro de Arantza López Marugán, Queridas, esto es el Everest. Exploradoras y escaladoras en el Everest (Ed. Desnivel), en el que la escritora española narra las aventuras de varias mujeres que a lo largo de la historia, desde la época victoriana hasta el siglo XX, han dejado su huella y valor en el ascenso a cimas y mundos que sobrecogen, magnetizan y atrapan. 

Copyright foto: Teresa Morales / freelanceviajera. De Navandrinal al Zapatero. Ávila

De aquellas féminas valientes e inquietas (¿o debería decir osadas?), algunas todavía con faldas, y otras ya en la comodidad subversiva de los pantalones; unas cruzando fronteras en bicicleta, revólver en mano, como la también admirada Fanny Bullock Workman, u otras más zen, como la alpinista Jullie Tullis; me quedo sobre todo con su espíritu en el que el atrevimiento va unido al tesón; los sueños se acompañan de cierta "insesatez" saludable; y el fracaso como tal, incluso en el peor de los finales, nunca era considerado una derrota. Llegar hasta la cima o estar a los pies de una cumbre mirándola de tú a tú podrían ser solo ideas convertidas en punto de partida para comenzar una locura, pero al final, las propias vivencias del viaje acaban muchas veces llevándolas y llevándonos hacia planes inesperados a los que el cuerpo y la mente se adaptan sin acritud, convirtiendo así la meta inicial en una dulce ensoñación a la que, en última instancia, no se la considera al pie de la letra. Así, sin más, para no sentir la decepción ni montar dramas innecesarios.

Confieso que mi tímida y muy aficionada experiencia montañera me suele demostrar que ante los retos es mejor comenzar a caminar con cierto descaro (amén de ilusión), sin expectativas de ningún tipo y, por supuesto, sin la influencia de las ideas preconcebidas sobre lo difícil que será, lo bien o mal que lo haremos o si podremos llegar o no. Me recuerda que es tan importante disfrutar de los momentos apacibles del viaje y del paisaje, como de sus parones no previstos y sus metas no alcanzadas. Y que, como en aquellos retos pioneros de Nina o Fanny, el valor personal no es el único ingrediente que potencia el sabor en el intento de dibujar nuevos mapas y descubrir rincones inéditos; también es imprescindible para el resultado final compañías que, tanto durante las subidas como en el transcurso de las bajadas de cualquier expedición sepan acompasar el ritmo y los pasos, impulsar cuando se desfallece, escuchar, compartir y apoyar mientras la belleza del entorno embriaga la respiración de una manera tan inconsciente como natural.

Las historias de ciertas mujeres que han ido convirtiéndose en viajeras y exploradoras pioneras ratifican que, efectivamente, la vida es de las valientes. De aquellas que frente a las grandes cimas y los potencialmente inalcanzables paisajes no se cuestionan nada más que el mero hecho de conseguir que durante 12 kilómetros o casi mil su alma pueda vivir un chute de libertad.