SHINBASHI


Al norte de la famosa avenida Shijo Dori, epicentro de las archiconocidas ochagas (casas de té) de Kioto, se encuentra una deliciosa calle, deliciosa por pequeña, por discreta y por todo lo que puedes encontrar en ella. Su nombre: Shinbashi. Situada en pleno distrito de Gion, símbolo de lo mejor de la vida para cualquier japonés (hombre) medio –geishas, sake y karaoke– esta coqueta calle discurre a ras del arroyo que muere en el río Kamo y está decorada por cerezos, puentes de madera y, sobre todo, las típicas casas donde las jóvenes aspiran a convertirse en geishas* en un proceso artístico de disciplina férrea que puede durar años. La lluvia fina lo moja todo con una delicadeza propia de la estética de este país y el paseo hacia el universo Gion invita a evocar escenas de un pasado que aquí, en Kioto, sigue siendo presente. Hacia el este, y aún en la misma calle, descubro el diminuto santuario Tatsumi Daimyojin, donde los vecinos cuelgan tarjetas pidiendo a las deidades un poco-mucho de prosperidad. De uno de los callejones que desembocan en Shinbashi aparece de pronto una de ellas. Una geisha, no una diosa: cutis envuelto en polvos de arroz, labios rojos, kimono, zori, el pelo recogido y un paquete entre las manos envuelto en un pañuelo bajo el arte del furoshiki. Camina deprisa, erguida, impertérrita ante las miradas ajenas de quienes vestimos y pensamos como mandan los cánones del siglo XXI. Era principios de marzo y yo intenté seguirla, pero fue imposible. No sólo caminan a velocidades de vértigo, con pasitos cortos, pero firmes y rápidos, sino que todo a mi alrededor despertaba mi curiosidad. Detrás del papel de arroz que cubría el hueco de las ventanas de las viviendas colindantes aparecían escenas de vidas ajenas que activaban mi curiosidad. Veía fugazmente lo que sucedía en el interior del restaurante y, en milésimas de segundo, percibía la precisión con la que el cocinero partía el pescado, o me sorprendía delante del hogar de una venerable dama o me quedaba fascinada ante los farolillos encendidos que presiden la entrada a las casas. Los pasillos húmedos, de piedras pulidas, de fuentes de bambú, de paredes rojas y cortinas color hueso son presencia constante en esta calle, en la que, puedo asegurar, el Japón tradicional sigue vivo al alcance de cualquiera… siempre y cuando tu curiosidad no te entretenga y, muy importante, seas capaz de seguir el ritmo imparable de una geiko.

*Las auténticas geishas surgieron como profesionales del entretenimiento, especializadas en diferentes artes: música, canto, baile, literatura y poesía. Las aspirantes se llaman maiko, y en Kioto, por ejemplo, las auténticas geishas prefieren llamarse geiko para distinguirse así del nombre de toda la vida que ahora se asocia a nueva clase de profesionales más vinculadas al entretenimiento sexual que al intelectual.
Copyright fotos: Teresa Morales. Kioto