¿POR QUÉ NO PODEMOS DEJAR DE PENSAR?

Zurich. Copyright foto: Teresa Morales

En la vida de una periodista freelance puede ocurrir, y de hecho ocurre, que algunos temas interesantes, bien documentados y trabajados nunca lleguen a publicarse en el medio de comunicación para el cual fueron elaborados. Esto fue lo que ocurrió con este artículo acerca de los mecanismos del cerebro para estar constantemente en acción. Para que no se quede en el olvido, sirva ahora esta página/web personal como soporte para darlo a conocer a todas las personas que, por casualidad o causalidad, acaben encontrándolo en internet. Con enorme gratitud, por cierto, a Jenny Moix y a Facundo Manes. Dos maravillosos y brillantes profesionales que aportan tanta luz.

PERO… ¿QUÉ PASA CON NUESTRA MENTE?
Cuenta la psicóloga Jenny Moix en su libro Mi mente sin mí (Ed. Aguilar) que la mente es similar a un loro: “Parlotea porque no sabe estar callada, pero no sabe de lo que está hablando”. Parlotea y parlotea hasta niveles “cansinos” de los que usted no sabe cómo librarse y que, a buen seguro, en multitud de ocasiones le derivan a estados de estrés, ansiedad, preocupación, temores… Nada bueno, como ve.  De hecho, y por aquello de dar un dato revelador (aunque no demasiado halagüeño), la propia Moix, profesora de psicología en la Universidad Autónoma de Barcelona, afirma en su obra que “las investigaciones apuntan que a lo largo de una jornada, el mono [como también denomina a la mente saltarina que va de pensamiento en pensamiento como un primate de rama en rama] toma las riendas de aproximadamente el 50% del tiempo. O sea, que la mente está vagabundeando sin rumbo la mitad del tiempo que estamos despiertos”. Lo peor es que esos pensamientos incesantes nos llevan, sin quererlo, a terrenos pantanosos. Ya lo dice la frase atribuida a Buda: Ni tu peor enemigo puede hacerte tanto daño como tus propios pensamientos.

El coste de ser Sapiens
Esta mente obsesiva es propia de los homos sapiens”, dice Jenny Moix. “Si nos fijamos en un gato, por ejemplo, lo veremos sentado durante horas tranquilamente, bien colocado en el aquí y en el ahora. Si nosotros nos sentáramos como él,  quizás haciendo un esfuerzo sobrehumano, podríamos mantenernos con su misma quietud solo por fuera, porque dentro de nuestra cabeza los pensamientos no pararían de deambular. La diferencia es que nosotros estamos más evolucionados que los gatos. Hemos enviado cohetes a la luna y ellos, de momento, no lo han hecho. El precio que tenemos que pagar por eso, por esa evolución, es esta mente inquieta”, confiesa la psicóloga con un tono de humor. Así que sí, como afirma la experta, nuestra mente ha acabado siendo un producto del progreso que nos ha sido útil para mucho. “Nos ha servido para aprender del pasado y planificar el futuro. Y dado que ese cerebro tan inteligente no puede mantenerse parado, nos ha permitido crear una civilización tan avanzada tecnológicamente, aunque tan loca emocionalmente”, puntualiza.

El plus de la evolución
El neurólogo y neurocientífico Facundo Manes junto con Mateo Niro, explica en el libro Usar el cerebro (Paidós Contextos) cómo nuestra masa gris evolucionó miles de años atrás desde estados más simples a otros más complejos. Motivada, en gran parte, por el hecho de que cada vez vivíamos en comunidades más amplias con organizaciones políticas y sociodemográficas cada vez más complejas, que nos obligó a tener funciones cognitivas más desarrolladas que las de un erizo o una liebre. Esta evolución, como explican los autores, proporcionó también una evolución física manifestada en un cráneo de mayor tamaño. Hasta llegar al hombre moderno en el que la corteza cerebral y sus conexiones ocupan el 80% del volumen cerebral. “Y esto no es casual: la corteza aloja las funciones más complejas de nuestro cerebro. Una parte de esta corteza experimentó el mayor crecimiento, la que está relacionada con la capacidad humana de desarrollar un plan y ejecutarlo, tener un pensamiento abstracto, llevar a cabo razonamientos lógicos, inductivos y deductivos, tomar decisiones, inferir los pensamientos y sentimientos de los demás, inhibir impulsos y para tantas otras funciones  que nos vuelven hábiles para vivir sociedad”, afirman los autores en la obra. Es decir, necesitábamos una auténtica máquina de pensar para poder sobrevivir y hacernos entender en este escenario político-social tan enrevesado.

Una mente poco pragmática 
El problema es que la mente, que está a cien por hora a cada instante, o a mil, depende de cada uno (las estimaciones publicadas por la Universidad Estatal de Michigan apuntan a unos 70.000 pensamientos por día), no piensa exclusivamente en términos de cosas prácticas o agradables. Según un estudio realizado por dicha institución, el 90% de los pensamientos que tenemos son repetidos, y el 90% de ellos son negativos. ¿Por qué no pensamos de forma más pragmática? A parecer porque creemos que todo es una cuestión de supervivencia. “La ‘mente del mono’ empieza con un pensamiento de pura trivialidad y lo acaba ligando a alguna cuestión de vida o muerte –comenta la psicóloga Moix–. Por ejemplo, estamos en un atasco y la mente del mono empieza a dar saltos: Llegaré tarde a la reuniónmi jefe se va a poner hecho una furiame va a despedirno tendré dinero para pagar la hipoteca¿bajo qué puente voy a vivir?, etc. Y si nuestro hijo viene con un suspenso, la perorata comienza con un va a suspender toda la evaluaciónva a repetir cursono podrá hacer una carrera,... hasta que lo vemos bajo el mismo puente que hemos visualizado en el atasco”, explica simpáticamente.

La cara de la cruz
En el fondo, lo que se puede decir a juzgar por las indicaciones de los expertos, es que este torbellino mental es un arma a nuestro favor para evitar peligros y estar a salvo en todo momento. “Los seres humanos contamos con un sistema de alerta para protegernos. Muchas veces, dicho sistema anticipa una amenaza que todavía no está presente. Revisar nuestro pasado y proyectar nuestro futuro es lo que hace que la ansiedad esté desarrollada en los seres humanos, pero también lo que a su vez nos permite enfrentar los variados peligros del ambiente. Podríamos decir que es un sistema de circuitos cerebrales para detectar el peligro. Podemos vislumbrar escenarios posibles en el futuro y recrear, a la vez, eventos del pasado que podrían haber ocurrido pero que no existieron realmente. Y esto ha sido central para nuestra supervivencia porque nos permite resolver un problema antes de que sea tarde y estar listos antes de que el peligro se haga presente.”, explica el neurocientífico Facundo Manes, director del Instituto de Neurología Cognitiva (INECO) y del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro


El don de tener "coco" 
Pero, y he aquí la buena noticia, el hecho de ser seres pensantes nos aportó también un don que Manes define como el más importante y misterioso de los fenómenos naturales de la evolución: la conciencia humana. O lo que Jenny Moix califica como la metacognición. Un yo separado de la mente que hace de Pepito Grillo y nos identifica. “El yo es ese que observa, el foco, la metacognición, el que se da cuenta de que nos ponemos nerviosos  o que estamos pensando; y la mente es el mono o el loro, como queramos llamarle”, distingue Moix en Mi mente sin mí. ¿Y en qué nos beneficia? Pues en que cuando somos conscientes de que estamos rumiando tenemos la capacidad de parar y canalizar mejor los pensamientos de tal forma que sean positivos, productivos y exitosos. “Cuando meditamos, por ejemplo, cerramos los ojos e intentamos, aunque sea solo durante 5 minutos, estar atentos a la respiración, no podemos. Los pensamientos entran sin pedir permiso, sin embargo hay una parte de nosotros que se da cuenta y vuelve a la respiración. Esa parte que se da cuenta sería la conciencia, o el yo observador. Esa parte es la que debe ser cultivada. Porque nuestra felicidad depende de ese ‘darse cuenta”, comenta la psicóloga Moix. 

Mucha meditación y otros recursos
“No me gusta la expresión controlar la mente. Control suena a cuadriculado, a que nada se salga de la raya, a artificial. Pero digamos mejor que la mente se puede alimentar bien, se puede mimar, se puede perdonar, se puede enfocar... Eso sí que se puede”, dice Moix. ¿Cómo? Alejándola de estímulos externos desagradables e incesantes, descansando más horas, saliendo de paseo (por la naturaleza a ser posible), llevando una alimentación saludable, y proporcionándole un espacio de silencio“La meditación es una práctica que nos hace bien –apunta Facundo Manes–. Se ha observado que puede producir cambios también en nuestro sistema nervioso central. Por ejemplo, las áreas asociadas con emociones y funciones sociales son intensamente estimuladas con la meditación, mientras que las áreas del cerebro típicamente asociadas con el procesamiento de las emociones negativas disminuyen su actividad”, comenta. 

Parar para reconectar
Estas prácticas le ayudarían a usted y a cualquiera a domar al monito saltarín y conseguir una mente tranquila y clara que le permita, en palabras de Moix, “apreciar más la belleza que nos rodea, cazar buenas ideas que puedan surgir del inconsciente, y ser más creativo de lo que podríamos ser”. Porque, si bien como responde el neurocientífico Manes, ninguna idea importante surgió si antes no se destinó mucho tiempo previo a pensamientos profundos sobre un tema determinado, resulta que después de ese primer paso de currele mental es necesario relajarse. “Este es el momento de incubación. Cuando el cerebro está ‘desconectado’. Cuando estamos relajados y estamos ‘pensando en nada’, el cerebro continúa trabajando: procesa información intensamente. Podemos decir que justamente estos serían los mejores momentos para crear. En cambio, cuando estamos concentrados en encontrar una idea no estamos permitiendo que trabajen en forma intensa las áreas que hacen nuevas asociaciones en el cerebro”, explica el doctor Manes. 
Serenar la mente, pues, no es sinónimo de inactividad mental, porque el cerebro, sí o sí, siempre está a pleno rendimiento. Pero llegar a cierta paz interior con la que nuestro "mono saltarín" permanezca más sosegado siempre traerá algo muy positivo... incluso para los pensamientos ya existentes.