UNA SAPERAVI DE GIORGIA EN BORDEAUX

 


Exposición Tintin. Bassins de Lumières. Bordeaux. 
Copyright foto: Teresa Morales
 Solo cuando abandoné la ciudad supe el significado de su nombre. Era algo tan obvio que seguramente por eso, y por mi falta de francés, por supuesto, no reparé en ello. Al borde de las aguas. Me pareció poético y confirmó mucho de lo que había sentido y percibido durante los cinco días de estancia. 

Bordeaux es una ciudad levantada, crecida, animada y reinventada en torno al río Garona. El gran negocio del vino ha tenido siempre su expansión no sólo por la calidad de la tierra, la temperatura y la humedad del ambiente de la zona, sino fundamentalmente por las corrientes caudalosas de este río que acaba fundiéndose con el Dordoña para después, en menos de 100 km, desembocar a las puertas del Atlántico, y por lo tanto, del resto del mundo. A lo largo de la historia, esta posición estratégica en el mapa ha hecho de Burdeos un destino/objetivo para muchos, sobre todo, para aquellos que en épocas de conflictos, guerras y conquistas, pretendían dominar Europa y el Mediterráneo a través de esta gran arteria fluvial.

Aquí, en la parte urbana del Garona y a escasos metros de  La Cité du Vin (el nuevo referente museístico sensorial), el ejército alemán de Hitler construyó unas enormes bases para sus submarinos cuando tenían la ciudad ocupada. Sombrío vestigio de la II Guerra Mundial.  Desde hace solo tres años, este lugar, rebautizado como Bassins de Lumières, es hoy el centro de arte digital más grande del mundo. Impresiona al entrar, su infinita oscuridad; la humedad que rodea las naves; lo tenebroso de su historia; el agua del Garona que llena los estanques por los que el visitante ha de deambular a lo largo de la exposición; los sonidos que no están y que la imaginación rememora de botas, uniformes, herramientas, gritos y desconsuelos de los trabajadores extranjeros sometidos; y esa enorme altura de más de 20 metros de hormigón que empequeñece la presencia y amplifica la experiencia. Pero aquellas piscinas donde antes se custodiaban submarinos para sembrar el terror son hoy las pantallas en las que se refleja, de una manera espectacular e inmersiva, el arte de los artistas más icónicos de la historia. Desde su inauguración en 2020 hasta ahora, en aquellas paredes y sobre el agua se han visto las obras de Sorolla, de Dalí, las de Gaudí, las de Klimt y ahora, también, las aventuras de Tintín.

Pensarás que puede ser naif dedicarle un par de horas al intrépido periodista belga, pero te aseguro que una y otra vez, durante el tiempo que dura la proyección, las imágenes, personajes, detalles y misterios del comic de Hergé seducen y alegran el espíritu, aportando una nota simpática, colorida y de humor al escenario, y mostrándose en el interior de aquella estructura tenebrosa a la manera de las pequeñas piezas de un caleidoscopio: alternativa e hipnóticamente.

Así que sí, incluso hoy, el arte, en Burdeos, no solo está al borde de las aguas, sino sobre ellas. Extendiéndose sobre ellas como lo haría sobre los lienzos y las tablas.