EL ENCANTO DE SAINT MICHEL EN BORDEAUX

Hoy he regresado a la terraza de Le Passage, a los pies del campanario de Saint Michel, ese mismo lugar donde la segunda noche del viaje encontré refugio. Mismo local, aunque diferente mesa. Esta vez, cerca del ventanal. Las antiguas memorias bohemias de este establecimiento, a caballo entre una brasserie y un bistrot, siguen perpetuándose entre la baldosas que decoran el suelo y las cristaleras del comedor, y es esa esencia auténtica, muy, muy personal, la que consigue convertirse en un estupendo bálsamo para el viajero que necesita  descansar del ajetreo y el cansancio del día. Esta noche, algo más sosegada, sin las ansias por devorar la ciudad, reposo los ánimos y los pensamientos, casi bendecida por esta enorme basílica que presume de ser la de mayor culto católico en todo Burdeos.

Barrio de Saint Michel. Bordeaux. Copyright foto: Teresa Morales

Me gusta este barrio. No sé si es por el bullicio árabe de las mañanas, por el espíritu indie de las calles adyacentes que desembocan en la zona de Sainte Croix, por la mezcla suburbial que reina alrededor del mercado de los Capuchinos, por las tiendas eclécticas de los marroquís y argelinos, por las fachadas art déco de las cafeterías de la place Meynard o quizás por algunos detalles inspiradores como la fachada del Lola's bar, que proyecta las arquivoltas góticas de la iglesia sobre la superficie del espejo que alguien tuvo a bien colocar en la pared exterior de este apasionado (al menos en el nombre) cocktail bar.

No sé exactamente qué es, pero Saint Michel tiene el encanto de los barrios vividos, con aroma a añejo y clase trabajadora. En otros siglos, esta parte de la ciudad era el reducto de varios conventos, viñas y artesanos, especialmente carpinteros y toneleros. Años antes, incluso, fue puerto dedicado al trigo, la sal y el pescado, y ¡cómo no!, al vino. Lugar también de monjes y monjas, y hasta de fábricas de azulejos. Lugar de trasiego, de oficio, de acción y devoción, de todo lo mejor de la esencia humana que tanto en el medievo como ahora respira cotidianamente entre lo mundano y lo celestial.

Saint Michel anima al visitante a desconectar de todo aquello que no sea rélax y placer. Perderse entre la maraña de guiños culturales alternativos; imaginar vete tú a saber qué entre los vahos y los cuerpos húmedos que flotan en las piscinas de Le Grand Hammam, o reconocer otras historias y realidades de tiempo atrás a través de los objetos antiguos del mercado de pulgas de los domingos. Si alguien busca un paraíso entre la belleza de lo no perfecto y el encanto de lo no formal, Saint Michel es, sin duda, un rincón en el que reencontrarse, pensar, escribir, charlar o simplemente descansar, ya sea al abrigo de un café francés o de un vin rouge de Bordeaux.