NO ES UN MUSEO, ES UNA GRAN CITÈ

Definida a veces como el faro del turismo del vino de Burdeos o el tótem de Burdeos, la Cité du Vin no cesa de seducir a sus visitantes. Desde su apertura en 2016, más de 2.700.000 personas ya han visitado esta arquitectura única, que revela toda la riqueza y diversidad del vino del mundo. Es así como la Oficina de Turismo de la ciudad de Burdeos introduce al posible visitante en uno de sus iconos contemporáneos que, efectivamente, bien merece la visita, te guste o no el vino.

Copyright foto: Citè du Vin®

La curiosidad comienza con el intento de profundizar en la esencia arquitectónica de un espacio curvo, recubierto de cristal, que simboliza, de una manera casi perfecta, la simbiosis entre la tierra, el agua y el vino. Más en concreto, aquí, entre el espíritu del Garona y el fruto líquido de la vid. Fue la propia agencia de arquitectura XTU Architects, responsable de la Citè du Vin junto con la agencia inglesa de escenografía Casson Mann, la que describió la forma curvilínea del edificio como “una redondez sin costuras, inmaterial y sensual”.

Moderna y atrevida, y ya emblemática desde hace ochos años, esta estructura evoca al vino girando dentro de la copa, el movimiento envolvente de la cepa de la viña, así como los remolinos que conforman las corrientes del río. Los reflejos dorados sobre la superficie acristalada, cuya intensidad varía según la luz y la hora del día, rinden homenaje a la ciudad, a las piedras doradas de las fachadas de otros edificios y a los destellos que danzan sobre el agua del Garona. Se usó madera, remitiendo a las barricas;  cristal, evocando a las botellas, y aluminio, recordando el de las cubas. Todo eso, alimentado y humanizado por una idea fundamental: hacer de la Citè du Vin una experiencia sensorial que transporte al visitante hacia un viaje de conocimientos diversos, desde lecciones básicas de viticultura hasta apuntes específicos sobre catas y aromas, pasando por la parte más económica y geográfica de los caldos y, sobre todo, desvelando los secretos y los porqués cultivados a lo largo de la historia que han hecho del vino un ingrediente, pilar fundamental, en la construcción de las más relevantes civilizaciones.

Da igual que al inicio de la visita la persona elija la mayor franja horaria que necesitará para recorrer todas las salas. Incluso superando las 3 horas, el contenido siempre demandará más tiempo para poder saborearse y procesarse como es debido.

Que el vino es un patrimonio cultural internacional, como defienden muchos, es algo que se constata aquí. 3.000 m2 repletos de tecnologías digitales e interactivas acogen la epopeya del vino a lo largo de la historia en una experiencia inmersiva, sí; multisensorial, sobre todo; pedagógica, no hay duda; y lúdica, por sorprendente que parezca. Pero, dicho esto, y dejándolo como una breve introducción apetecible para acercarse a Burdeos, desvelemos algunas curiosidades.

Copyright foto: Citè du Vin. GEDEON-Programmes Atelier-Sylvain-Roca® 

La civilización grecorromana concedió siempre un lugar especial al vino, y lo colocó en la cima de la jerarquía de las bebidas. Regalo de los dioses, tal y como lo consideraban ellos, el vino era el inicio de la búsqueda de la inmortalidad y de la protección divina. En la mitología griega las historias sobre el descubrimiento de la vid y del vino estaban protagonizadas por Dionisos, el Baco de los romanos. Fue éste, según la leyenda, quien dio a los mortales la vid y les enseñó a cultivarla sin sospechar lo más mínimo que aquel fruto condicionaría tantas y tantas cosas en la sociedad. Solo por poner un ejemplo, podríamos atribuirle al vino o mejor dicho, a su sabor y efectos, el hecho de que, de alguna manera, los lazos entre Burdeos y la sociedad inglesa se estrecharan aún más después del matrimonio entre Enrique II Plantagenet y Leonor de Aquitania. El matrimonio hizo que la provincia de Aquitania se convirtiera en territorio inglés, sí, pero fue el vino bordelés, que ya por aquel entonces llevaba siglos cultivándose y produciéndose en territorio francés, el que consiguió que los ingleses de alta alcurnia cayeran rendidos a sus encantos y consecuencias. La mayor parte del caldo de Burdeos se exportaba a territorio británico como intercambio por otras mercancías. Según cuenta Hugh Johnson en su obra Vintage: The Story of Wine, el hijo menor de Enrique y Leonor, Juan, estaba a favor de promocionar la industria del vino, y para incrementarla aún más, abolió el impuesto de exportación Grande Coutume a Inglaterra desde la región aquitana. Posteriores acciones de los bordeleses en defensa de la ciudad y contra ataques extranjeros consiguieron que aquel Juan sin Tierra, rey de Inglaterra desde 1199 hasta su muerte, favoreciera siempre la producción y sobre todo el comercio del vino de Burdeos en suelo inglés frente al resto de sus competidores.

Las ventas a la monarquía inglesa fueron clave, ya que hicieron que el vino de esta zona se convirtiera en una tendencia/producto identificada con la corte. Esto supuso que fuera codiciado por nobles y plebeyos adinerados ingleses, quienes aspiraban a copiar las mismas tradiciones de sus referentes aristócratas para llegar a ser, al menos en ciertos rituales y modales, igual de importantes.

Más demanda, más cultivo y producción; más producción, más experiencia en el cultivo; más experiencia, mejor producción; y así, hasta que el vino de Bordeaux adquirió, como no podía ser de otra manera, su calificación y reconocimiento de excelente a nivel mundial.

Entre copa y copa, a lo largo de las cosechas de cientos de años, el vino le ha dado a esta ciudad francesa sus múltiples porqués; ha convertido un río en un centro neurálgico internacional de actividad comercial; y ha hecho que el visitante pueda ahora deleitarse en las entrañas de un museo que más allá de ser un mero espacio cultural, acaba siendo, efectivamente, un faro desde el que entender esa mágica combinación que fusiona la tierra, el agua y la vid con lo más revolucionario de cualquier civilización.