ANDY vs WARHOL: FURIA Y BELLEZA EN BERLÍN

 La Neue Nationalgalerie de Berlín (1962-1968) es el último edificio proyectado y construido por el afamado arquitecto alemán Ludwig Mies van der Rohe (Aquisgrán/ Alemania, 1886 - Chicago/USA, 1969). Como anécdotas, Rohe falleció poco antes de su inauguración, y la obra fue la única que diseñó en Europa después de su emigración a Estados Unidos, también la más icónica, sin duda, de las que proyectó en la actual capital alemana. Cuentan los entendidos en arquitectura que esta construcción representó una nueva forma de concebir un museo, distanciándose de los espacios cerrados divididos en grandes o pequeñas salas, para dar lugar a una gran habitación, perimetrada en su totalidad por ventanales con los que el arquitecto dejaba pasar la luz para así amplificar los metros y convertir ese lugar en algo sin una definición ni etiqueta preconcebida; donde plasmar, de manera más versátil e innovadora, aquello que quería mostrarse al público.

Neue Nationalgalerie - Berlín. Copyright foto: Teresa Morales / freelanceviajera.

La limpieza de las líneas, exteriores e interiores, la robustez minimalista en la plaza sobre la que se asienta, y el contraste claro oscuro entre la transparencia de las ventanas y el negro de los elementos estructurales de acero, convierten a la obra de Rohe en un atractivo visual que conjuga, sin estridencias, con la vida apacible que los berlineses hacen a su alrededor. Los hay que charlan, quienes usan la explanada para ensayar cabriolas con su bici, los que observan el atardecer desde la terraza superior del jardín o quienes, al cobijo de la escultura de Alexander Calder que luce en el exterior, Têtes et Queue, permiten que el tiempo fluya mientras se narra la historia paso a paso, casi sin saberlo.

Obra de Alexander Calder - Berlín. Copyright foto: Teresa Morales / freelanceviajera.

Intento ver las similitudes metafóricas entre los orígenes de la concepción de la Neue Nationalgalerie y el trasfondo personal de uno de los artistas más conocidos y no siempre entendidos del siglo XX: Andy Warhol (Pittburgh/USA, 1928 - Nueva York/USA, 1987). Me lleva a ello la exposición sobre el artista estadounidense inaugurada a principios de junio en la capital alemana, y que permanecerá abierta al público hasta octubre de 2024. 

Andy Warhol: Velvet Rage and Beauty es una muestra que recorre la vida del modelo, diseñador, fotógrafo, pintor, dibujante y autor de Pittsburg a través de algunas de sus obras, desde su juventud hasta los años anteriores a su muerte. Mis conocimientos artísticos sobre Warhol hasta el momento de traspasar la entrada de la Neue Nationalgalerie hace escasas semanas, durante mi visita a Berlín, se basaban en esa imagen icónica de su pop art, con las consabidas latas de sopa Campbell, las botellas de Coca-Cola y los retratos en multicolor de personajes archiconocidos como Marilyn Monroe, Elizabeth Taylor o Mao Zedong. Durante años, mi mente se había conformado con una radiografía simplista de un arte facilón, cuyo mérito parecía ser el descaro en el objeto y el desparpajo y la falta de pudor en la forma. Amén de haber sido capaz de mercantilizar sus creaciones como un arte abierto a la cultura de masas, al consumismo y la expansión comercial propia de un Nueva York que durante los años 70 y 80 despertó al mundo como la metrópolis donde cualquier humano ávido de emoción y fama deseaba estar. 


Neue Nationalgalerie - Berlín. Copyright foto: Teresa Morales / freelanceviajera.

Warhol fotografiaba, fotocopiaba, serigrafiaba, repetía una y otra vez sus objetos y sus series. Penes de diferentes tamaños y en diferentes posturas; caras; torsos, culos y así una y otra vez, en rosas, azules, rojos o amarillos hasta conseguir que el público consiguiera ver el lado más lúdico y "tolerable" de cualquier elemento púdico o sexual varonil. De tal forma que no solo desarmó la mojigatez de décadas anteriores, sino que llevó la obsesión homosexual por el cuerpo masculino hasta vertientes más heterosexuales y no tan necesariamente hedonistas, en una especie de canon griego ochentero y americanizado. Ahora, recorriendo la enorme sala proyectada por Van der Rohe, me di cuenta de que, realmente, Warhol fue mucho más, y que desde su actitud histriónica solo era un humilde niño de ese industrial Pittsburg que buscaba resarcirse de sus complejos de juventud buscando la belleza física y emocional, a la que aspiraba como persona, a través de lo política y socialmente incorrecto para el mundo y la sociedad en la que había crecido. Y es ahí donde Warhol deja de parecerme un genio astuto, frívolo, sin gracia ni compasión, para presentarse como alguien a quien escuchar y prestarle cierta atención interior.

Para ello, me detengo una y otra vez en sus primeras obras a lápiz sobre papel. Observo Reclining Boy Full Figure, de 1948, y me enternece el gesto de ensoñación del personaje, y la sensibilidad del propio Andy para dedicarle unos trazos a esa composición; Black ballpoint pen on Manila paper (1950) ya presenta modelos masculinos de facciones sugerentes y labios carnosos, pero donde el fundamento de la representación parece ser un erotismo reposado;  Two male Heads y Male Upper Torso (también de ese año) muestran chicos que nacen al despertar sexual con la inocencia lánguida y curiosa de la temida y desconocida adolescencia gay; 4 años más tarde, en 1954, pinta un retrato inusual de Truman Capote, perfilado con matices de ternura y humor; y alrededor de 1957, Warhol se mete de lleno en una época romántica, sensible, también erógena y sexy que recoge con rellenos dorados en su A Gold Book, ya entonces, usando las impresiones offset litográficas coloreadas a mano. Tenía 30 años, y aún ni él mismo atisbaría en qué se transformaría su obra, pasando de esos tímidos, delicados y emotivos apuntes en negro y oro, o crema y negro, para llegar al libertinaje colorista donde las formas y los géneros estaban destinados a emanciparse de los corsés predefinidos para encontrarse con una nueva manera de libertad y de expresión.


Neue Nationalgalerie - Berlín. Copyright foto: Teresa Morales / freelanceviajera.

Tal y como afirma en el catálogo de la exposición, el director de la Neue Nationalgalerie y comisario de la muestra, Klaus Biesenbach: "Warhol luchaba por aceptar su propio cuerpo, incluso de niño. El brutal atentado que sufrió en 1968 a manos de Valerie Solanas le arrebató lo que sus amantes habían descrito como un cuerpo extraordinariamente bello, convirtiéndolo en un ser destrozado, fragmentado y lleno de cicatrices que tuvo que mantener literalmente en secreto, sujeto con vendas, durante el resto de su vida". Así pues, la trayectoria artística de esta furia y belleza aterciopelada que fue la vida de Warhol, proyectaba sobre los papeles, las telas de seda o el yodo y alcohol polivinilo de las hojas de la Polaroid los propios sufrimientos, complejos y vergüenzas del artista. Y quizás, por irónico que parezca, Warhol focalizó su creación y su leyenda en lo homosexual cuando jamás llegó (oficialmente) a salir del armario. ¿Sería esto también un drama que conseguía suavizar a través de las escenas explícitas que grababa en vídeo, y de los órganos sexuales masculinos que acaparaban el fogonazo excitante de su cámara de fotos?

No puedo contestar a esa pregunta, pero sí puedo afirmar que a través de las obras expuestas en Andy Warhol: Velvet Rage and Beauty podemos descubrir también una esencia no tan conocida ni intuida de un artista cuya aspiración, en lo más profundo de su ser, puede que fuera la de encontrar un lugar vital en el que probablemente sentirse aceptado y amado. Aunque él decidiera hacerlo desde esas notas de estridencia, impactantes, banales, eróticas y provocadoras con las que atraer la atención. Pero al fin y al cabo, no olvidemos, estamos ante el personaje que sentenció: "Todo el mundo debería tener derecho a quince minutos de gloria". En su caso, mucho más.

Neue Nationalgalerie - Berlín. Copyright foto: Teresa Morales / freelanceviajera.


SELOR: EL STREET ARTIST DE ÉXITO EN BORDEAUX

 Cuentan que Bordeaux es la ciudad de las 3 M. La de Montaigne (1533-1592), autor de los Ensayos, magistrado y alcalde de la ciudad; la de Montesquieu (1689-1755), autor de El espíritu de las leyes, y de Las Cartas persas, parlamentario y presidente de la Academia de Burdeos; y la de Mauriac (1885-1970), Premio Nobel de Literatura, académico, conocido por ser autor de varias novelas y por su labor como periodista. Los portales de turismo de la propia ciudad presumen de que los tres, comprometidos con la labor de mejorar la sociedad de su época, encarnan en cierta manera el espíritu de Burdeos: el respeto hacia los demás, la búsqueda del equilibrio, y la mesura y la voluntad de actuar por el bien común.

Sin embargo, hay una cuarta M que también representa a la perfección esos valores y que desde 2013 ha irrumpido con fuerza en la ciudad francesa. Se trata de Mimil, una especie de antihéroe con aspecto físico indefinido, bondadoso y soñador, repleto de amor y mensajes inspiradores, que invita a los residentes y turistas a pensar en cosas muy básicas y esenciales del día a día. Aspectos que debemos retomar, como la solidaridad, una actitud amable continuada, la coherencia y la justicia social, entre otros. Mimil transmite sus mensajes con un humor infinito, aderezado con una ternura que parece nacer desde las entrañas de una empatía bien curtida, sabia y podríamos decir que innata de su creador: David Selor (@s_e_l_o_r).

Mimil by Selor. Bordeaux. Copyright photo: Teresa Morales / freelanceviajera 

Mimil se asoma en cualquier esquina y barrio bordelés (hasta más de 500 obras solo en Bordeaux, según su autor, amén de innumerables apariciones en otras ciudades francesas como Montpellier y Toulouse, o incluso europeas, como Londres, Oporto, Bruselas, Lisboa, Atenas, Roma y Nápoles). Se aposenta, rebosante de color, sobre las paredes de los muros en ruinas o de los edificios abandonados, desde pequeños rincones enladrillados en esas olvidadas construcciones entre calles, antiguos polígonos industriales y callejones franceses, o desde el descaro de algunos metros más holgados, horizontales o verticales, bien visibles para el transeúnte en zonas más céntricas de la urbe. Pero ¡ojo!, también es el protagonista de espacios institucionales e incluso privados, como las dependencias del l'institut du Canton à Ambares et Lagrave, la residencia EHPAD Le Petit Trianon donde atienden a personas enfermas de Alzheimer, y próximamente, el hospital de Bordeaux. Los gestos, caras, miradas y pensamientos compartidos de Mimil hacen de la ciudad del Garona una ciudad más amable que invita a sonreír, soñar y pensar.

“Yo provengo de una localidad pequeña y elegí Bordeaux porque el arte urbano o street art es más accesible. Aquí es más fácil pintar las paredes ya que el urban art, aún siendo ilegal, está más aceptado, y hay una audiencia real para este tipo de expresión artística”. Así se presenta Selor (Cognac, Francia, 1988), el artista urbano que ha creado el personaje Mimil que protagoniza sus murales, y a quien Burdeos le debe estar agradecido por mostrar una cara muy amable y colorida de la ciudad.

Rendida ante el color, el buen rollo y los encantos de sus murales, le propongo a Selor una entrevista para freelanceviajera y acepta la invitación. Eso sí, el artista prefiere mantener el anonimato de su físico, y desde ahí, nos desvela las razones de su obra y las pretensiones de su personaje icónico; reflexiona acerca del arte urbano, sus virtudes y sus límites, y nos descubre un mundo en el que él, como artista, ha encontrado la plataforma perfecta para interactuar con la sociedad.

Mimil by Selor. Bordeaux. Copyright photo: Teresa Morales / freelanceviajera 

Tienes un enorme talento artístico, ¿por qué elegir el arte urbano y no otras vías más tradicionales desde las que pudieras proyectar tu carrera?

Consideraba que esta era una manera perfecta con la que poder expresar mis frases y pensamientos filosóficos para llegar a un mayor número de personas. Lo que busco es esa interacción entre mi personaje Mimil y la gente, que no tiene por qué saber nada sobre arte o directamente no sabe nada sobre él. Aunque también creo sobre lienzo, he presentado mi obra en algunas instituciones y organizo mis propias exposiciones.

¿Qué es lo que más te atrae del street art?

El tamaño de las pinturas. Me encanta sumergirme en los colores, usar pinceles enormes y, como te decía, saber que mi trabajo va a ser compartido con muchas personas anónimas.

¿Y no te inquieta que tu obra sea considerada vandalismo por el hecho de pintar paredes y muros sin consentimiento ajeno?

A veces el vandalismo también es arte, como las obras de "Asyl", "Mr. Paradox Paradise" y "Bonom". Pero hay que aclarar que son los graffitis, y no el muralismo, lo que se considera vandalismo. Hoy en día es más fácil pintar dibujos en la calle que graffitis. A mí la gente me dice muchas veces que prefiere mi trabajo al graffiti típico. Además, la práctica y su esencia son totalmente diferentes: los vándalos no quieren ser artistas, y el graffiti es algo para comunidades específicas.

Pero cualquier tipo de expresión artística sobre las paredes y muros de la calle sigue siendo ilegal, ¿cierto?

Sí, así es. Aquí te arriesgas a una multa de 3.000 € si escribes algo en la calle. Por ahora, nunca he tenido problemas porque elijo lugares como los muros de ladrillo utilizados para tapiar casas abandonadas y ciertos huecos de los edificios. De todas formas, los municipios son cada vez más conscientes de la importancia del arte callejero o street art, aunque vamos muy por detrás de otros países, como Portugal. Lo cierto es que el arte urbano está más aceptado en las grandes ciudades, mientras que en los pueblos aún sigue habiendo confusión entre lo que es graffiti, arte urbano y graffiti obrero.

No has tenido grandes problemas, pero sí has sido arrestado varias veces…

Me han detenido muchas veces en distintos países, pero nunca he tenido problemas graves. No soy agresivo cuando me detienen; muestro mi trabajo y explico lo que estoy haciendo. Digamos que la pega es que, por lo general, no puedo terminar el mural, pero no me enfrento a verdaderos problemas.

Mimil by Selor. Bordeaux. Copyright photo: Teresa Morales / freelanceviajera 

¿Esa característica de "ilegal", hace que el street artist pueda conquistar una reputación, fama o atisbo de leyenda que quizás no alcanzaría de otra manera? Estoy ahora pensando en Bansky, por ejemplo.

Bueno, hay ciertos artistas que provienen de ese graffiti considerado vandalismo, como el colectivo  de grafitteros "Moses and Taps", que empiezan a tener éxito en el mundo del arte, y cuyas obras han empezado a exhibirse en galerías de arte. Otro ejemplo es "Art of Rage", pero es sobre todo una cultura underground.

¿Y para mantener su identidad, el street art debería ser siempre una práctica ilegal?

No debería. Porque si hablamos de arte urbano como tal, no de graffiti, lo cierto es que el muralismo requiere tiempo y una logística especial, y necesitamos más autorizaciones para evitar problemas legales.

Pero al hilo de tu pregunta te confieso que el hecho de que sea ilegal hace que, por ejemplo, sientas una gran emoción cuando estás pintando. Es una sensación parecida a la de hacerse un tatuaje. Cuando decides pintar una pared, debes estar seguro de tus intenciones. Me encanta la sensación de pintar, y muchas veces el subidón de adrenalina viene ya solo por el hecho de coger los sprays, haciendo un uso respetuoso de los mismos, eso sí.

Háblame de Mimil. ¿Cómo surgió ?

Mimil es mi personaje que nació en 2013 cuando trabajaba con personas autistas en Lisboa. Al principio, surgió como una representación del autismo. Pinté tres Mimils en Lisboa, y recibí mensajes positivos directamente de portugueses, incluso la televisión francesa lo cubrió, así que he ido pintando cada vez más Mimils desde que volví a Francia.

Ahora vemos a Mimil en los espacios de instituciones públicas y hasta en muros de casas privadas donde, ahí sí, trabajas por encargo. ¿Cuál es la misión de este personaje encantador, mitad zorro, mitad humano?

Ser un altavoz para expresarme en público. Aunque no se quién ayuda a quién, si él a mí o al revés.

¿La virtud de Mimil ?

La generosidad

¿Y la debilidad ?

Las faltas de ortografía

¿Es un héroe antihéroe ?

Ja, ja. Bueno, en parte lo es, porque es un perdedor.

¿Un antihéroe enamorado del amor?

Sí, exacto. Mimil está profundamente enamorado del amor.

Mimil by Selor. Bordeaux. Copyright photo: Teresa Morales / freelanceviajera 

¿Cuál es la representación de Mimil que más te gusta de todas las que has hecho, tanto en Burdeos como en otras ciudades?

Uff… cualquiera en las que aparece en grandes muros.

¿Y dónde te gustaría verle ?

En una pared enorme en el centro de Burdeos, y luego… pintemos todo el mundo. Ya sabes… nadie es profeta en su tierra.

¿Cuánto tardas en plasmar a Mimil en alguna calle?

Generalmente, una obra pequeña me lleva unos 15 minutos, aunque con las interferencias de la policía puede ser más. Ahora, por ejemplo, prefiero pintar grandes paredes durante el día que hacerlo de forma rápida durante la noche.

Por cierto, ¿los políticos no se rinden a los encantos y mensajes positivos de Mimil?

Pues mira, te cuento. Actualmente estoy preparando una exposición con el ayuntamiento de Burdeos. Me ha surgido este proyecto gracias a un político, porque pinté en su calle sin saberlo, y él no me olvidó.

¿Próximos proyectos en los que podamos ver a Mimil?

En un mural privado para el hospital de Bordeaux, y también, Mimil tendrá un libro muy especial para celebrar su 11 aniversario.

Por cierto, sobre esos encargos privados alguna vez te escuché decir que si la obra de un artista urbano se convertía en exclusiva, se convertía en trabajo. ¿Cuál es la diferencia?

Para mi, un encargo es algo menos artístico; es más una actuación técnica para cumplir el cometido, quizás más artesanal por el hecho de que tienes que someter tu arte a las reglas de otro. El arte es y ha de ser una visión personal, y cuando pintas por encargo, de alguna manera deja de serlo.

Mimil by Selor. Bordeaux. Copyright photo: Teresa Morales / freelanceviajera 

¿Y hay condiciones para que Selor acepte un encargo?

Hay muchas condiciones. Pero la regla básica es que no trabajo con galerías. Vendo mi arte yo mismo, a instituciones, museos y ayuntamientos. Elaboro mi propio art book o catálogo de arte para vender mis obras que está disponible en mi sitio web. Es una opción para seguir siendo accesible y asequible. Porque en las galerías, los coleccionistas pagan más y el artista recibe menos después de impuestos y comisiones. Ahora mismo, tengo la fortuna de que todos mis cuadros se venden antes de una exposición. Hay una lista de encargos de varios meses y no necesito galerías para exponer y vender mi obra.

¿Una ciudad con murales alegres y positivos es una mejor ciudad?

Debería, pero a veces se convierte en un problema ya que la gentrificación de las ciudades surge en muchas ocasiones precisamente por el street art. Pero, sin duda, siempre preferiré las ciudades cuyas calles están llenas de color, aunque esas obras no sean mías.  

LA VIDA ES DE LAS VALIENTES

Elizabeth Sarah Mazuchelli, más conocida por el nombre de Nina, de soltera Harris, nació en 1832 en Inglaterra. Murió en Nantgaredig, una localidad de Gales, cuando ya había cumplido los 82 años. Hasta ahí, todo normal. Sin embargo, aquella inglesa casada con un italiano, convertido a capellán anglicano, pudo (y consiguió) llevar una vida que, para la época, fue más extraordinaria que habitual.

Copyright foto: Teresa Morales / freelanceviajera. De Navandrinal al Zapatero. Ávila

Los Mazuchelli se trasladaron a la India por motivos laborales de él. Allí, en Darjeeling, se asentaron y desde allí, la intrépida Nina constató que su alma contenía una dosis elevada de exploradora que no podía (ni quería) reprimir. El mundo era demasiado fascinante en los alrededores de  aquella cercana colina del Tigre desde la que se divisaba cómo los Himalayas imponen su majestuosidad, imposible también de refrenar. Solo había una manera de experimentar aquella belleza: yendo hacia ella y adentrándose en esa sobrecogedora profundidad de las montañas más altas del mundo. Pensado, dicho y hecho. El primer paso fue convencer al señor capellán que acabó sucumbiendo ante ese plan "disparate" urdido por su mujer para explorar el Everest. El beneplácito del bendito permitió, entre otras cosas, que Nina se convirtiera en la primera mujer occidental que penetró en los secretos de aquel paisaje. Bien es cierto que nuestra heroína y su expedición no hicieron cumbre (¡faltaría más!) y que las condiciones climatológicas y orográficas de la zona no les permitieron tampoco lograr grandes hitos comparables a los de años posteriores, pero ¡eso sí!, consiguieron acercarse lo suficiente como para que ella se convirtiera en una pionera y escribiera The Indian Alps and How We Crossed Them. Recorrieron 900 kilómetros durante dos meses a través del conocido Singalila Ridge, una peregrinación que estuvo repleta de retos, obstáculos y episodios tan desesperantes y extremos como anecdóticos. Trayecto que, por otra parte, Nina jamás hizo a pie, pues a ella la transportaban siempre en una especie de litera portada por cuatro hombres.

Esa primera incursión femenina en montañas que no solo son lejanas, sino peligrosas, queda estupendamente reflejada en el libro de Arantza López Marugán, Queridas, esto es el Everest. Exploradoras y escaladoras en el Everest (Ed. Desnivel), en el que la escritora española narra las aventuras de varias mujeres que a lo largo de la historia, desde la época victoriana hasta el siglo XX, han dejado su huella y valor en el ascenso a cimas y mundos que sobrecogen, magnetizan y atrapan. 

Copyright foto: Teresa Morales / freelanceviajera. De Navandrinal al Zapatero. Ávila

De aquellas féminas valientes e inquietas (¿o debería decir osadas?), algunas todavía con faldas, y otras ya en la comodidad subversiva de los pantalones; unas cruzando fronteras en bicicleta, revólver en mano, como la también admirada Fanny Bullock Workman, u otras más zen, como la alpinista Jullie Tullis; me quedo sobre todo con su espíritu en el que el atrevimiento va unido al tesón; los sueños se acompañan de cierta "insesatez" saludable; y el fracaso como tal, incluso en el peor de los finales, nunca era considerado una derrota. Llegar hasta la cima o estar a los pies de una cumbre mirándola de tú a tú podrían ser solo ideas convertidas en punto de partida para comenzar una locura, pero al final, las propias vivencias del viaje acaban muchas veces llevándolas y llevándonos hacia planes inesperados a los que el cuerpo y la mente se adaptan sin acritud, convirtiendo así la meta inicial en una dulce ensoñación a la que, en última instancia, no se la considera al pie de la letra. Así, sin más, para no sentir la decepción ni montar dramas innecesarios.

Confieso que mi tímida y muy aficionada experiencia montañera me suele demostrar que ante los retos es mejor comenzar a caminar con cierto descaro (amén de ilusión), sin expectativas de ningún tipo y, por supuesto, sin la influencia de las ideas preconcebidas sobre lo difícil que será, lo bien o mal que lo haremos o si podremos llegar o no. Me recuerda que es tan importante disfrutar de los momentos apacibles del viaje y del paisaje, como de sus parones no previstos y sus metas no alcanzadas. Y que, como en aquellos retos pioneros de Nina o Fanny, el valor personal no es el único ingrediente que potencia el sabor en el intento de dibujar nuevos mapas y descubrir rincones inéditos; también es imprescindible para el resultado final compañías que, tanto durante las subidas como en el transcurso de las bajadas de cualquier expedición sepan acompasar el ritmo y los pasos, impulsar cuando se desfallece, escuchar, compartir y apoyar mientras la belleza del entorno embriaga la respiración de una manera tan inconsciente como natural.

Las historias de ciertas mujeres que han ido convirtiéndose en viajeras y exploradoras pioneras ratifican que, efectivamente, la vida es de las valientes. De aquellas que frente a las grandes cimas y los potencialmente inalcanzables paisajes no se cuestionan nada más que el mero hecho de conseguir que durante 12 kilómetros o casi mil su alma pueda vivir un chute de libertad. 

UN OASIS EN EL DESIERTO ESPIRITUAL

 

El 15 de septiembre de 1858 la localidad francesa de Estrasburgo acogió el nacimiento de uno de los grandes místicos contemplativos del siglo XIX. Su nombre: Charles de Foucauld.

Fue militar en Argelia, y explorador y geógrafo en Marruecos antes de acabar como místico contemplativo en el desierto del Sáhara. Aunque para llegar a esta etapa pasó por otras muchas igual de interesantes que contaré más tarde. El caso es que hasta hace unas semanas desconocía la existencia de este personaje que, ahora, me resulta tremendamente fascinante. Mi encuentro con su vida surge a raíz de un precioso libro que escribió la religiosa y profesora Belén María Ridruejo, titulado La llevaré al silencio (Ed. Narcea). En esta breve historia donde la escritora relata su experiencia en el proceso de inundarse de la presencia de Dios a través del silencio, aparece una referencia a uno de los pensamientos de Foucauld sobre la vivencia del desierto espiritual. Dice así: “Es necesario pasar por el desierto y vivir en él para recibir la Gracia de Dios, allí es donde nos vaciamos, donde arrojamos de nosotros todo cuando no es Dios... Es un tiempo de Gracia, un periodo por el cual necesariamente ha de pasar el alma que quiere producir frutos. Necesita ese silencio, ese recogimiento, ese olvido de todo lo creado, en medio de los cuales establece Dios su reino y por el cual forma en ella el espíritu interior”. Bonito, ¿verdad? Pues bien, ¿cómo llega un alma a estas conclusiones?

Copyright foto: Teresa Morales / freelanceviajera. Pozas de San Martín del Pimpollar. Ávila

Lo que sorprende en Foucauld es cómo a sus 28 años comienza a sentir una gran inquietud espiritual después de una juventud que, si bien no se la puede tachar de nada en particular, sí al menos de no ejemplar. Al menos, así lo atestiguan las referencias a su paso por la academia militar. En 1876 ingresó en la Academia de Oficiales de Saint-Cyr donde, dicen, llevó una vida militar disipada. En 1880, llega a Sétif, en Argelia, enviado como oficial y allí, solo un año después, le expulsan por notoria mala conducta y falta de disciplina. Más tarde, volvieron a aceptarle y se incorporó de nuevo al ejército (tan malo no sería) para participar en la guerra contra el jeque Bouamama. En 1882, durante la exploración de Marruecos, se hizo pasar por judío, una estrategia que le valió para poder ejecutar un trabajo con éxito que acabó valiéndole la medalla de oro de la Sociedad Geográfica de Paris, por su labor en el reconocimiento y registro de los territorios marroquíes. Los resultados de aquellas exploraciones e investigaciones acabaron recopilados en el libro Reconnaissance au Maroc (1883-1884). El caso es que un buen día, Foucauld recibió un golpe de gracia. Lejos de las pompas y glorias que conquistó a través de sus logros en Marruecos, en su interior se brotó la necesidad de encontrar un algo más que le llenara personalmente y, por tanto, que de verdad diera sentido a su vida.

Y así fue. En 1886 conoció al sacerdote Henri Huvelin, con quien se confiesa y quien supone un punto de inflexión en la trayectoria vital de Foucauld. En 1888 peregrinó a Tierra Santa. En 1890 entró en la Trapa de Nuestra Señora de las Nieves (en Notre Dame des Neige) y después pasó varios años en la Trapa de Cheikhlé, un monasterio trapense fundado en 1881, situado en el antiguo imperio otomano, en las proximidades de Akbés, cerca de Alejandreta, hoy la actual Turquía. Fue allí donde puso por escrito muchas de las meditaciones que serían el corazón de su espiritualidad, incluyendo la reflexión que daría origen a su Oración de abandono.

Entre 1897 y 1900 vivió en Tierra Santa, donde acabó llevando una vida de eremita cada vez más y más intensa, mientras búsqueda con ahínco un ideal de pobreza, de sacrificio y de penitencia radical. El 9 de junio de 1901 fue ordenado sacerdote y a partir de ahí, decidió regresar a África y asentarse en Béni Abbès, en el Sahara argelino, donde luchó por erradicar lo que él denominó la «monstruosidad de la esclavitud». Vivió con los bereberes y desarrolló un estilo de ministerio basado en el ejemplo y no en el discurso. Para conocer mejor a los tuaregs, estudió su cultura durante más de doce años y publicó bajo un seudónimo el primer diccionario tuareg-francés. La obra científica de Foucauld como lexicógrafo es referencial para el conocimiento de la cultura tuareg.

El 1 de diciembre de 1916, fue asesinado en la puerta de su ermita en el Sahara argelino, dejando tras de sí el perdón hacia sus verdugos y un legado referente en eso que hoy se conoce como la espiritualidad del desierto.

Es curioso cómo el devenir de la vida, con su halo de divinidad en el trasfondo de todo, consigue llevarnos por mundos a veces contradictorios para llegar en nuestra madurez, no sin dolor ni sufrimiento, hasta un oasis de cierta paz y reconciliación con todo. Y desde ahí, dejar de ser, para darse.

Copyright foto: Teresa Morales / freelanceviajera. Pozas de San Martín del Pimpollar. Ávila

Digo esto porque la infancia de Charles Foucauld, a pesar de tener un principio feliz (hijo de una familia adinerada y aristocrática, vinculada a la antigua nobleza francesa) fue poco a poco cincelándose con los golpes trágicos que el destino le tenía reservado. Cuando él contaba con seis años, su madre muere en el parto del que hubiera sido el tercer hermano de Charles. El drama parece instalarse en su familia, y su padre, por aquel entonces ya enfermo de tuberculosis, muere cinco meses más tarde de su querida esposa. En ese momento, junto con su hermana menor, María, los dos niños (de 6 y 3 años) fueron confiados a su abuela paterna, la vizcondesa Clotilde de Foucauld, pero ella también murió al poco tiempo, víctima de un ataque al corazón. Así que los pequeños acabaron desde entonces en la casa de sus abuelos maternos, los Morlet. Pero (siempre hay un pero), con la guerra franco-prusiana en 1870, el abuelo Morlet huyó con sus nietos de Estrasburgo, evitando así el peligro que significaba la cercanía de la frontera con Francia, y se refugió primero en Rennes y luego en Berna (Suiza). Así, a los doce años, Carlos ya había experimentado la muerte de sus dos progenitores, el desarraigo y el éxodo. ¿Cómo esa serie de desgracias no iban a suponer en la personalidad de Charles un potente sentimiento de apatía y aversión hacia Dios en sus años de juventud? Charles ya tenía en su interior la semilla para señalar a Dios como el ente que tan cruelmente había afectado a su vida. Guardó siempre una herida profunda a causa de esa experiencia infantil y aunque, dicen, no llegó a reaccionar con violencia, pronto comenzó a rebelarse hacia todo. Él mismo lo dejaba por escrito en una carta a su prima María de Bondy: A los diecisiete años, todo en mí era egoísmo, impiedad, deseo del mal, me sentía trastornado.

Eso a los catorce años, a los veinte, que ya había ingresado en la escuela de caballería de Saumur, la cosa fue empeorando. Apodado como el juerguista erudito, Charles llevaba una vida desordenada, mientras despilfarraba el importante patrimonio heredado, que se elevaba a más de 353.500 francos. Se dedicó a disfrutar de noches agitadas en compañía de su compañero de cuarto, el marqués de Morès, un rico mujeriego recalcitrante. Traía prostitutas de París que desfilaban por su habitación, y a las que trataba no con mucho respeto, según las crónicas. Esa actitud libertina se acompañaba de una reiterada y deliberada indisciplina. Fue castigado muchas veces por desobediencia, por abandonar la escuela sin autorización, por llegar tarde y por no levantarse por la mañana. Recibió al menos diecinueve días de arresto simple y cuarenta días de arresto riguroso. En sus exámenes de egreso, Carlos ocupó el último puesto entre 87.

Los años se sucedieron y sobrevino el período en que llevó una forma de vida más desenfrenada aún. Daba fiestas que derivaban en orgías; gastaba su dinero en la compra de libros, cigarros y noches; y acabó “viviendo en pecado” con una mujer, actriz, que había conocido en Paris y que, para los altos mandos del ejército, era una evidentemente mala compañía. Más que un hombre, yo era un cerdo”, acabaría afirmando el propio Charles sobre aquella época.

En fin, para todos aquellos que sigan insistiendo en que nadie cambia en esta vida, la vida de Foucauld es un ejemplo de que sí, se puede. Que los sinsabores de una existencia amarga en la infancia abonan el terreno para juventudes díscolas y agresivas, y que éstas, a su vez, de alguna manera, y siempre bajo la gracia divina, fertilizan el terreno para construir una madurez reconsiderada, arrepentida, modificada, modelada, rehabilitada y reluciente. Todo desde el ingrediente básico y fundamental en esta receta que se llama crecer y evolucionar desde el interior: la humildad. Porque la humildad, como dice el monje budista Matthieu Ricard, “no consiste en considerarse inferior, sino en estar libre de la importancia de uno mismo. Es un estado de simplicidad natural que está en armonía con nuestra propia naturaleza y permite disfrutar de la frescura del instante presente. La humildad es una manera de ser, de permanecer, no de parecer”. Y desde ahí, entonces, se logra ese oasis de paz y felicidad al que todos, sin excepción, aspiramos.

SANTO DOMINGO DE SILOS. CUESTIÓN DE FE

 He de decir que por fin retomé de nuevo las palabras, y me sumergí en ellas buscando lo que alguna vez sentí que fui. Me adentré en esa aventura, no sin miedo, impulsada por la necesidad de volver a ser. Reconocerme en algo que Dios/Divinidad me dio y que, por esas circunstancias inexplicables para nuestra mente, el mismo Dios/Divinidad me quitó. Pues el viaje hacia y alrededor de las moradas interiores, como decía Santa Teresa, no se presenta como un trayecto recto, unidireccional ni de fácil u obvia lógica en su discurrir. Dios concede y después, arrebata. Quizás porque en el mismo éter de ese hurto se esconde el sentido de su generosidad, pensado y diseñado para que a través de ciertos desiertos logremos en algún instante, ¡oh qué paradojas!, aquello que nos regala para bien de todos. El nuestro, el vuestro y por supuesto, para el del propio orden existencial diseñado por esa misma Divinidad.

Copyright foto: Teresa Morales / freelanceviajera. Abadía de Santo Domingo de Silos

No hubiera “regresado” a mí (sí, con comillas) si ese mismo Dios no me lo hubiera permitido, pues como bien explica el autor anónimo inglés del libro La Nube del No Saber (siglo XIV) “es el Supremo quien concede los dones y los recursos para desarrollar las aptitudes que, a su vez, no nacen de nuestra voluntad, sino de la suya propia”.

Pero.... ¿Qué pasó? ¿Cómo fue? No hubiera regresado al dulce laberinto de este bosque de palabras, que es mi profesión, si la constante guía espiritual de un religioso no me hubiera convencido con tesón para ir hasta el Monasterio de Santo Domingo de Silos. Me establecí allí, motivada por tantos años de relación epistolar con uno de sus sacerdotes y frailes. Día tras día, al son metódico de las campanas, respaldada por el sigilo conmovedor de la noche aún no clareada que circunda los pasillos de ese espectacular claustro románico, famoso por un Ciprés firme y ascendente, y una virgen que, a pesar de su esencia pétrea, todo lo escucha, todo lo siente y todo lo ve, encontré mucho más de lo que imaginé.

Copyright foto: Teresa Morales / freelanceviajera. Abadía de Santo Domingo de Silos

Fue uno de los ancianos monjes, organista, poeta, sacerdote, y podría afirmar que hasta visionario, quien depositó algo tremendamente hermoso en mi interior. Apenas me quedaban unas horas para partir y entonces, apareció. Me cogió la manos y me miró. En la penumbra de un rellano del siglo XVIII, recitó uno de los poemas que él mismo escribió en un momento de lucha con la que reavivó su fe. Instante de intimidad álmica, aquel encuentro. Al abrigo contemplativo del monasterio, su voz alineada con su mirada bordó frente a mí y para mí una hilera de palabras que sonaban, sí, pero llegaban como notas de silencio cuyo fin era escuchar y meditar.

“Un abrazo pupílico”, me dijo, y en su sonrisa sabia nonagenaria, y en esa profundidad del tacto místico de mis manos refugiadas entre las suyas, me descubrí de nuevo. No porque viera nítidamente una imagen de mí, sino porque él iluminó dentro de mí, el mismo Tesoro que le regaló su fe: un torrente de verdadero amor. Ese que habla de Dios o de Divinidad, que cada uno lo llame como lo quiera llamar.

Copyright foto: Teresa Morales / freelanceviajera. Abadía de Santo Domingo de Silos

Al día siguiente regresé a ese hogar llamado  “la cruda realidad”, bastante alejada de la ya apacible y arraigada semana de vida monacal. Y entonces fue cuando decidí que era hora de retomar de nuevo las palabras para sumergirme en ellas buscando, sin tregua y con pasión, lo que alguna vez sentí que fui. Y que nunca, hasta ahora, he dejado de ser.

OH LÀ LÀ! HAY QUE REGRESAR A BORDEAUX

Es extraño que los lugares que visitamos temporalmente no nos hablen al final de los días, a modo de despedida. Casi siempre, en esos momentos finales nos recuerdan que regresamos a nuestros puntos de partida dejándolos ahí, con tantas cosas aún por ver, descubrir, sentir, y por las que, casi a modo de obligación, deberíamos volver. Alrededor del mundo hay lugares que invitan a quedarse. O, al menos, a mí me invitan a quedarme. Sin embargo, cuando ese deseo no es materialmente posible de ejecutar, transforman todo su ímpetu seductor en una melodía que, de forma dulce, promueve la necesidad imperiosa de retornar a ellos para conocer, en profundidad, todos los vericuetos que no han podido descubrirse en una corta y primera visita. Bordeaux es una de esas ciudades que susurran al viajero, una y otra vez, que en las entrañas de su personalidad aún hay mucho y muy grato por vivir, y que el final de un primer viaje no es más que el inicio de un próximo Allo, Je suis déjà ici.

Durante décadas, algunos dijeron de ella que era una ciudad decrépita, dormida y decadente. En los últimos años, sin embargo, la ciudad del Garona por excelencia ha sabido resurgir de sus cenizas, convirtiéndose en uno de los destinos más animados y vivos de Europa: joven, reinventada a través de una arquitectura de vanguardia y de la cultura del vino, e inmersa en la paradójica maestría de ser y estar activa desde el sosiego. ¿Se puede vivir en un lugar que despierte los sentidos, esté abierto a la naturaleza, promocione la cultura urbana, honre a la historia y, además, lo haga con un espíritu de armonía y hermandad? Sí. Parece que aquí todo eso es posible.

Copyright foto: Teresa Morales / freelanceviajera. Monument aux Girondins. Bordeaux

¿Las razones? Varias. Puede que se deba al carisma del Garona, que abre la ciudad hacia las brisas del Atlántico. También hacia los nuevos mundos y las posibilidades que el horizonte y lo ajeno ofrecen. Puede que la humedad y una tierra fértil, junto con una planta, la vid, hayan forjado, a lo largo de los siglos, los mecanismos fundamentales para convertir a la ciudad en un centro cosmopolita. Y puede que aún ese reducto de una sabia burguesía que hacía dinero mientras le brindaba (a la propia urbe) clase, gusto, elegancia, un saber vivir y un espíritu amigable para todo aquel que pretendía aposentarse en su territorio, siga trazando pinceladas de un glamour accesible y democrático.

Hoy, Burdeos ha conseguido convertirse en un refugio amable con el peregrino, una ciudad abierta a lo extranjero, con un toque de elegancia poco altiva, donde palpita una bonita sensación de que la vida, aquí, es mucho más ligera que en otras latitudes (y altitudes) castellanas.

A lo largo de la historia ha sido cuatro veces la capital de Francia. Razones no le faltan para ello. De todo el esplendor del siglo XVIII quedan los majestuosos edificios como el Palacio de la Bolsa, hoy museo de las Aduanas, y los edificios colindantes de una de las plazas que durante medio año se convierte en punto de encuentro de los turistas gracias a su enorme Espejo de Agua. Una superficie de agua sobre el suelo cuyos reflejos engrandecen aún más la panorámica señorial de esa explanada.

Es el agua un elemento natural de Burdeos, implícito en su ser, y que la atraviesa como una columna vertebral, sosteniéndola y dándole también la fortaleza que necesita para, como ciudad, seguir evolucionando en el tiempo. Resulta curioso que no fuera hasta principios del siglo XIX cuando se construyó el primer puente, y hasta esa fecha, la urbe siguiera tan piti desarrollándose solo en la margen izquierda del Garona. Conocido como el Puente de Pierre o de Piedra, esta reliquia no tan antigua es el más antiguo de todos los que unen o cosen las dos riberas del río. Fue Napoleón Bonaparte quien, dicen, lo mandó construir para agilizar los tiempos en sus conquistas ya que, al parecer, tener que cruzar el río en transbordador era más un lastre que una lógica aplastante. Cuentan que sus 17 arcos responden a las 17 letras que conforman el nombre y apellido del emperador francés. ¿Será verdad? Chi lo sà.

Pero este viaducto no es el único por el que caminar o en el que buscar retazos de la historia. Otros, como el puente de Jacques Chaban Delmas también aportan a la panorámica fluvial un encanto especial. A pesar de su juventud (inaugurado en 2013) cuenta en su haber con el prestigio de ser el puente elevadizo más alto de Francia. El de St Jean, con la cercana y preciosa pasarela Eiffel, construida en hierro y que aún hoy es vía del tren, habla de épocas modernistas que dejaron esa huella chic y nostálgica de aquellos momentos inspiradores del siglo XX. Y el puente de François Miterrand no desprende más encanto que el hecho de haber sido clave para aligerar el centro del tráfico intenso, conectando arterias principales con una circunvalación. Todas esas estructuras decoran el Puerto de La Luna, con su más o menos importancia en la historia. Y sí, quienes conozcan Burdeos y ya estén a punto de replicarme, sé que también hay otra que merece una mención especial: el Puente de Aquitania.

Copyright foto: Teresa Morales / freelanceviajera. Puente de Aquitania. Bordeaux. 

A los pies del pueblo de Lormont, que bien podríamos denominar un barrio residencial, a solo 6 km del centro, se alza esta enorme plataforma, el último nexo de unión de las dos orillas bordelesas sobre el Garona antes de su estuario, la Gironda y el Océano Atlántico.  Es famoso por sus 1.767 metros de longitud y por su aspecto similar, con perdón del Golden Gate, a la famosa estructura colgante de San Francisco.

Llegué hasta ahí casi sin querer, por esos despistes intrépidos o quizás por esas ansias temerarias de una freelanceviajera que prefiere llegar a lo turístico bordeando lo exclusivamente local. Me bajé del autobús, caminé por la ribera debajo de esa gran estructura que lo convierte en el segundo puente colgante más grande del país, y entonces, me paré para saber algo más. Y, ¡qué casualidad! Aquel puente había nacido al tráfico el mismo día del mismo mes que mi padre. Veintinueve años más tarde que él, eso sí. Sonreí, y miré a mi derecha. A escasos metros se levantan los muros naturales que envuelven el centro de Lormont. En mi búsqueda de cruzar el Garona para visitar la Citè du Vin, no indagué lo que aquella zona ofrecía, y ahora sé que me perdí un precioso parque, unas increíbles vistas de la ciudad, unos rincones e edificios repletos de historia, una ermita del siglo XV erigida en honor de Santa Catalina y ¡cómo no! una iglesia, la de San Martín, que llevaba el nombre de mi progenitor. Volví a sonreír, pensando que aquella zona y su puente tenían algo muy personal que contarme. Pero haciendo caso al reloj, simplemente suspiré, volví la vista a la corriente fluvial, percibí a lo lejos la silueta del emblemático Citè du Vin y recordé aquello con lo que comencé este post: Es extraño que los lugares que visitamos temporalmente no nos hablen al final de los días, a modo de despedida. Casi siempre, en esos momentos finales nos recuerdan que regresamos a nuestros puntos de partida dejándolos ahí, con tantas cosas aún por ver, descubrir, sentir, y por las que, casi a modo de obligación, deberíamos volver. 

NO ES UN MUSEO, ES UNA GRAN CITÈ

Definida a veces como el faro del turismo del vino de Burdeos o el tótem de Burdeos, la Cité du Vin no cesa de seducir a sus visitantes. Desde su apertura en 2016, más de 2.700.000 personas ya han visitado esta arquitectura única, que revela toda la riqueza y diversidad del vino del mundo. Es así como la Oficina de Turismo de la ciudad de Burdeos introduce al posible visitante en uno de sus iconos contemporáneos que, efectivamente, bien merece la visita, te guste o no el vino.

Copyright foto: Citè du Vin®

La curiosidad comienza con el intento de profundizar en la esencia arquitectónica de un espacio curvo, recubierto de cristal, que simboliza, de una manera casi perfecta, la simbiosis entre la tierra, el agua y el vino. Más en concreto, aquí, entre el espíritu del Garona y el fruto líquido de la vid. Fue la propia agencia de arquitectura XTU Architects, responsable de la Citè du Vin junto con la agencia inglesa de escenografía Casson Mann, la que describió la forma curvilínea del edificio como “una redondez sin costuras, inmaterial y sensual”.

Moderna y atrevida, y ya emblemática desde hace ochos años, esta estructura evoca al vino girando dentro de la copa, el movimiento envolvente de la cepa de la viña, así como los remolinos que conforman las corrientes del río. Los reflejos dorados sobre la superficie acristalada, cuya intensidad varía según la luz y la hora del día, rinden homenaje a la ciudad, a las piedras doradas de las fachadas de otros edificios y a los destellos que danzan sobre el agua del Garona. Se usó madera, remitiendo a las barricas;  cristal, evocando a las botellas, y aluminio, recordando el de las cubas. Todo eso, alimentado y humanizado por una idea fundamental: hacer de la Citè du Vin una experiencia sensorial que transporte al visitante hacia un viaje de conocimientos diversos, desde lecciones básicas de viticultura hasta apuntes específicos sobre catas y aromas, pasando por la parte más económica y geográfica de los caldos y, sobre todo, desvelando los secretos y los porqués cultivados a lo largo de la historia que han hecho del vino un ingrediente, pilar fundamental, en la construcción de las más relevantes civilizaciones.

Da igual que al inicio de la visita la persona elija la mayor franja horaria que necesitará para recorrer todas las salas. Incluso superando las 3 horas, el contenido siempre demandará más tiempo para poder saborearse y procesarse como es debido.

Que el vino es un patrimonio cultural internacional, como defienden muchos, es algo que se constata aquí. 3.000 m2 repletos de tecnologías digitales e interactivas acogen la epopeya del vino a lo largo de la historia en una experiencia inmersiva, sí; multisensorial, sobre todo; pedagógica, no hay duda; y lúdica, por sorprendente que parezca. Pero, dicho esto, y dejándolo como una breve introducción apetecible para acercarse a Burdeos, desvelemos algunas curiosidades.

Copyright foto: Citè du Vin. GEDEON-Programmes Atelier-Sylvain-Roca® 

La civilización grecorromana concedió siempre un lugar especial al vino, y lo colocó en la cima de la jerarquía de las bebidas. Regalo de los dioses, tal y como lo consideraban ellos, el vino era el inicio de la búsqueda de la inmortalidad y de la protección divina. En la mitología griega las historias sobre el descubrimiento de la vid y del vino estaban protagonizadas por Dionisos, el Baco de los romanos. Fue éste, según la leyenda, quien dio a los mortales la vid y les enseñó a cultivarla sin sospechar lo más mínimo que aquel fruto condicionaría tantas y tantas cosas en la sociedad. Solo por poner un ejemplo, podríamos atribuirle al vino o mejor dicho, a su sabor y efectos, el hecho de que, de alguna manera, los lazos entre Burdeos y la sociedad inglesa se estrecharan aún más después del matrimonio entre Enrique II Plantagenet y Leonor de Aquitania. El matrimonio hizo que la provincia de Aquitania se convirtiera en territorio inglés, sí, pero fue el vino bordelés, que ya por aquel entonces llevaba siglos cultivándose y produciéndose en territorio francés, el que consiguió que los ingleses de alta alcurnia cayeran rendidos a sus encantos y consecuencias. La mayor parte del caldo de Burdeos se exportaba a territorio británico como intercambio por otras mercancías. Según cuenta Hugh Johnson en su obra Vintage: The Story of Wine, el hijo menor de Enrique y Leonor, Juan, estaba a favor de promocionar la industria del vino, y para incrementarla aún más, abolió el impuesto de exportación Grande Coutume a Inglaterra desde la región aquitana. Posteriores acciones de los bordeleses en defensa de la ciudad y contra ataques extranjeros consiguieron que aquel Juan sin Tierra, rey de Inglaterra desde 1199 hasta su muerte, favoreciera siempre la producción y sobre todo el comercio del vino de Burdeos en suelo inglés frente al resto de sus competidores.

Las ventas a la monarquía inglesa fueron clave, ya que hicieron que el vino de esta zona se convirtiera en una tendencia/producto identificada con la corte. Esto supuso que fuera codiciado por nobles y plebeyos adinerados ingleses, quienes aspiraban a copiar las mismas tradiciones de sus referentes aristócratas para llegar a ser, al menos en ciertos rituales y modales, igual de importantes.

Más demanda, más cultivo y producción; más producción, más experiencia en el cultivo; más experiencia, mejor producción; y así, hasta que el vino de Bordeaux adquirió, como no podía ser de otra manera, su calificación y reconocimiento de excelente a nivel mundial.

Entre copa y copa, a lo largo de las cosechas de cientos de años, el vino le ha dado a esta ciudad francesa sus múltiples porqués; ha convertido un río en un centro neurálgico internacional de actividad comercial; y ha hecho que el visitante pueda ahora deleitarse en las entrañas de un museo que más allá de ser un mero espacio cultural, acaba siendo, efectivamente, un faro desde el que entender esa mágica combinación que fusiona la tierra, el agua y la vid con lo más revolucionario de cualquier civilización.

LAS AVENTURAS DEL MUSÉE MER MARINE DE BORDEAUX

"Burdeos, un puerto que nunca ha visto el mar". Con esta frase, el periodista y escritor François Mauriac subrayó la singularidad de una ciudad que ha construido su historia, modelado su paisaje y edificado su admirable patrimonio sobre y en torno a sus vínculos indefectibles con el mar. 2007 consagró el esplendor de esta fantástica ciudad francesa al inscribir el Puerto de la Luna, su puerto (considerado durante una época el segundo puerto del mundo después de Londres) en la lista de Patrimonio Mundial de la UNESCO. ¿Cómo no imaginar, pues, que en el corazón del barrio marítimo de Burdeos, junto a los muelles, podría construirse un lugar que continuase esta historia y prolongara todas aquellas que hablan de las aventuras en el mar? Así surgió la idea del Musée Mer Marine (MMM) de Burdeos: en la parte dedicada al mar, el museo expone sus colecciones, recorriendo la historia de la navegación desde la prehistoria hasta nuestros días, describiéndola en cada etapa junto al ingenio del hombre y el desarrollo de sus técnicas, ciencias y artes. En la sección dedicada al mar, el museo evoca el universo infinito de océanos, objeto de las conquistas de la humanidad: aventureros, guerreros, pescadores, deportistas, científicos en busca de nuestros orígenes o investigando un futuro para nuestro planeta. Por último, el mar siempre ha sido una fuente inagotable de inspiración para los artistas, por lo que el museo dedica también un amplio espacio de exposición al arte. 


Maquetas en el Musée Mer Marine. Bordeaux. Copyright foto: Teresa Morales

Con varios miles de objetos marinos (maquetas y barcos de tamaño natural, instrumentos de navegación, mapas y atlas), así como obras de arte, la colección del Musée Mer Marine abarca varios siglos de la historia de la navegación. Con el apoyo de historiadores, oceanógrafos y artistas contemporáneos, este patrimonio se ha puesto al servicio de una narración original que sitúa las aventuras humanas del mar dentro de la inmensa evolución de los océanos, desde los tiempos geológicos hasta las preocupaciones medioambientales del siglo XXI. La escenografía de la exposición reúne también objetos marinos y obras de arte del periodo correspondiente, situando estas grandes epopeyas marítimas en su contexto visual, estético y técnico. Es a través del mar como las diferentes culturas del mundo y sus respectivos productos se han encontrado, mezclado y enriquecido mutuamente. El Musée Mer Marine muestra esta riqueza formal y espiritual, que llegó a Francia en barco ya en la Antigüedad.

Hasta este punto, una breve introducción amablemente proporcionada por el gabinete de comunicación del MMM. A partir de aquí, sensaciones y emociones personales al recorrer esa magnífica sala principal del museo. No es necesario ser una amante del mar, ni una apasionada de la incertidumbre terrorífica y fascinante del oleaje de los océanos. Basta, eso sí, con tener una mínima inquietud por descubrir los porqués de la historia, las razones que provocaban esto o aquello, y los personajes que, con su carisma, valor, empeño y tesón, convertían el elemento agua en una continuación admirable de la "firmeza" de la tierra. Basta solo eso para disfrutar a tope de lo que exhibe este fantástico museo. A partir de aquí, como digo, el recorrido por el MMM permite adentrarse, por ejemplo, en la trepidante vida del marqués de La Fayette durante el siglo XVIII y casi atisbarle sobre su preciosa fragata Hermoine, con la que cruzó el Atlántico para apoyar a los estadounidenses que luchaban por su independencia contra los ingleses; el hilo argumental del museo, siguiendo las corrientes de los siglos, presenta también la figura de algunas mujeres a las que hoy cualquiera debería honrar, como Jeanne Baret, botánica y exploradora francesa. Es conocida por ser la primera mujer que dio la vuelta al mundo con la expedición de Bougainville en los barcos Boudeuse y Étoile, desde 1766 a 1769. Jeanne se unió a la expedición disfrazada de hombre, haciéndose llamar Jean (Juan, y no Juana) en lo que sería la primera circunnavegación francesa del mundo, durante la cual, se realizó un catálogo de especies de todo el planeta. A través de estas increíbles andanzas, el museo recoge a su vez otros nombres que activan nuestra imaginación, como los de Anne Bonny y Mary Read. Ambas tienen el reconocimiento de ser las primeras y más famosas mujeres piratas durante el siglo XVIII, surcando los mares y atemorizando al enemigo como miembros de la tripulación capitaneada por Jack Rackham. La primera era irlandesa; la segunda, británica. El caso es que por aquellas idas y venidas de la vida (de sus vidas, por supuesto) acabaron encontrándose en 1719 para, juntas, seguir asaltando todo tipo de naves bajo la bandera de una calavera y a las órdenes de "Calico" Jack. En 1720, su balandra fue abordada por el corsario Jonathan Barnet. Los hombres y mujeres del capitán Jack fueron arrestados y llevados a juicio por el delito de piratería. La suerte para unos y otros fue bien diferente. A los piratas hombres les ahorcaron; Anne y Mary, sin embargo, alegaron que estaban embarazadas (hecho constatado) y consiguieron un indulto que les libró de la horca, pero no de ir a prisión. Estuvieron entre rejas hasta que un año más tarde Mary falleció por problemas de salud. Anne, sin embargo, acabó saliendo de la cárcel bajo, dicen, influencias de su padre, y regresó a la ciudad de Charles Towne (Charleston) donde acabó sus días llevando una vida tranquila que poco tenía que ver con sus aventuras como pirata en alta mar.


Musée Mer Marine. Bordeaux. Copyright foto: Teresa Morales

Este increíble y muy recomendado Musée Mer Marine de Bordeaux expone decenas de maquetas de buques, barcos, fragatas, veleros, submarinos, galeones, carabelas, transatlánticos y demás embarcaciones inventadas por el hombre a lo largo de la historia. De todas las que vi hago una especial mención a Le Protecteur, quizás porque las líneas de aquel barco me parecieron preciosas. Un navío de 74 cañones, botado en Toulon en 1760. El barco formó parte de la flota francesa en la batalla naval frente a Granada el 6 de julio de 1779. Podía albergar a más de 400 hombres. En 1784, el navío se dio de baja para su uso habitual, fue desmantelado y convertido en hospital en la localidad francesa de Rochefort. ¡Qué curiosidades tiene la vida!, ¿verdad?

Igual de curioso es que para ser una ciudad que nunca ha visto el mar, Bordeaux sea desde hace cientos de años, uno de los puertos más emblemáticos y relevantes de la historia, y a día de hoy, también un museo muy recomendable a través del cual el viajero puede navegar por los entresijos marítimos de los siglos.