EL LIGERO ENCANTO DEL ATREVIMIENTO


Pioneer Rocks Reef. Australia. Copyright foto:Teresa Morales.
No recuerdo muy bien cuánto pagué por aquella excursión, pero sé que era lo suficientemente asequible para contratarla  sin alterar demasiado el presupuesto después  del pastón que me costó sobrevolar la barrera de coral en helicóptero el día anterior. Aún así, acabé subiéndome a un barquito donde conocí a una francesa cuya madre era una de las jefas en París de la misma revista para la que yo trabajaba en aquel entonces. ¡Casualidad! El par de chicos que tripulaban aquella simpática nave repleta de jóvenes ansiosos por encontrar nuevas experiencias nos decían que no había nada de lo que preocuparse. Nada. Yo, sin embargo, experta en pisar tierra y novata en el mundo marino, no lo tenía tan claro. Llegamos hasta el punto en el que se suponía que veríamos una minimísima parte de la belleza de los fondos marinos australianos. Nos cambiamos en la cubierta, como Dios nos dio a entender, con los pudores o las vergüenzas de cada continente tan expuestas como la gaviota que decidió acompañarnos durante el trayecto. Con bikini, aletas, gafas y tubo, lo único que quedaba era echarse al mar y dejarme llevar hacia un mundo nuevo del que tanto había oído hablar a mis hermanos. Al principio no respiraba. Creo que hiperventilaba. Y cuando se me ocurrió pensar en los tiburones, hasta dejé de escuchar el silencio. En su lugar, surgió el galope de mi corazón, con tanta intensidad que, creo, debió asustar a la fauna acuática que se había acercado a observar a aquel ser extraño, yo. Después de algunos minutos conseguí controlar la respiración, los pensamientos y hasta la presencia potencial de los tiburones y las medusas asesinas por las que, aunque parezca mentira, tuvieron que cerrar la playa unos días antes. Allí, con la única ligereza de mi cuerpo, al descubierto y frágil, flotando sobre la vida, cincelada por un suave movimiento de pequeñas olas, y cerca de una pared tan frondosa de árboles como el cielo de estrellas, encontré la delicadeza y espectacularidad de lo que habitualmente no se ve. Amarillos, verdes, azules, turquesas, malvas, rosas, naranjas... Una gama de tonalidades brillantes, de formas caprichosas y geniales. Peces, algas, corales... Jamás lo hubiera visto si no me hubiera atrevido. Jamás lo hubiera creído. Jamás lo hubiera imaginado tan seductor como lo es en verdad. Aunque para llegar hasta ahí tuve que cruzarme un planeta entero, zambullirme en un medio que no dominaba y, sobre todo, quitarme los temores a dejar de ser. Casi, casi igual que cuando la vida nos llama para embarcar en el viaje interior con rumbo a lo más noble de nuestro ser.