SABIO Y POETA



Vivo en un condominio donde lo habitual es encontrarse con personajes extraños ¿o debería decir inusuales? Una ha decorado todo el apartamento de blanco y va siempre con unas gafas de sol que no se quita porque ¿demasiados reflejos para la vista? Es fácil cruzarse con la fotógrafa humanitaria, la que deja una estela de espiritualidad a su paso; el periodista gay que fue cura y hoy critica música (mucho me temo que no de la celestial); el profesor de latín y griego retirado que decidió solventar su mala jubilación compartiendo su apartamento con extranjeros que llegan con la idea de vivir unas auténticas Vacanze romane; la japonesa que triunfa en su país como soprano y se vino aquí, enamorada de tanta belleza monumental, aunque el éxito a la italiana se le resiste; la profesora de arte, sigilosa y sonriente; la rica de Nueva York que no sabe qué hacer con el apartamento vacío, y la anciana que ha vencido a la fecha de caducidad vital cuidando tréboles de cuatro hojas. Pero mi condominio no es más que un trocito de Roma, donde en cada esquina, y en cada quartiere, cómo me gusta esa palabra, es posible adentrarse en la historia de un alguien o un algo extraño ¿o debería decir inusual? A veces, te los encuentras. Y otras, como me ha ocurrido a mí, te encuentran. He tenido la fortuna de toparme con un quijote exiliado que me ha acogido en sus charlas, a ras del atardecer, cuando la luz resbala sobre las cúpulas de las iglesias de Piazza Navona y se desvanece entre los pies de los cuatro ríos que esculpió Bernini. De nombre angelical y de apellido fuerte como un roble, Angel Amézketa, poeta, escritor, laico y luchador. En pie, con su bastón elegante, de cabeza de perro, plateada y leal, su estructura ósea firme como un chicarrón del norte que es y siempre será. Mirada pícara y sonrisa exclusiva de cenas a la luz de las velas en un rincón de la ciudad, mientras su mente, ágil y culta, dibuja poemas sobre un mantel. La luna dulce, ella, mira; y el sol tierno, él, escribe. Entre sorbo y sorbo de vino se cuelan las caladas de un Gitanes que jamás abandonó y el humo se entrelaza con el vapor del alcohol creando nubes que nos cubren de dicha y de las que, como él dice en ocasiones, surge una lluvia de pétalos. Mientras habla, en el aire se perfilan los sueños de una joven heroica que aprende che cosa è la vita, al son de los versos de un abuelo que cuando evoca los rizos rubios de su nieta ve y siente "las cosquillas de los peces en la comisura de los labios". Y cuando levanta la vista y me analiza es capaz de descubrir "los neveros de mis deseos" en lo más íntimo de un poema. El poema. Su poema. Gracias, Ángel.
Copyright foto: Teresa Morales. Roma