Publica El País una declaración de Zubin Mehta en la que asegura que Rita Barberá es una valkiria. A mí, la verdad, la asociación se me hace, como poco, descabellada, al menos en el plano físico. Para quien no sepa quién es la señora en cuestión, hablamos de la alcaldesa de Valencia que, francamente, es lo más alejado del concepto nórdico que conocemos, definido por un “blanquita de piel, rubia de pelo y ojos claros huskianos”. Tal vez sea yo que, equivocadamente, tengo los estereotipos muy marcados, pero es que, para ser sincera, amén de que las valkirias son guerreras, deidades y fieles servidoras del rey Odín, yo me las imagino como Tinja, una nórdica impresionantemente guapa y misteriosa que cuida veinticinco huskies en la profundidad de Laponia. Sé de ella a través del objetivo del fotógrafo escocés Andy Keen. El bueno de Keen, con un físico también entre valkiria (a mi manera, no a la manera de Mehta) y Williem Dafoe, se ha especializado, nada más y nada menos, que en capturar, sin filtros ni trucos informáticos, la verdadera luz de las tierras del norte para lo que invierte tiempo, creatividad y dinero en exploraciones polares en aldeas finlandesas y noruegas. De hecho, ha autodefinido parte de su proyecto como Aurora Hunter (el cazador de la aurora) y lo introduce con una frase por la que me siento “terriblemente atraída”: donde los sueños se encuentran con la realidad. Una de las localidades en donde se puede apreciar y grabar este fenómeno alucinante de la aurora boreal es en Inari. Epicentro, dicen, de la cultura sami, propia del único pueblo indígena en la zona. Lo curioso, al menos para mí que me encantan las curiosidades de palabras, es que Inari es también el nombre de la deidad japonesa de la fertilidad, el arroz, la agricultura, los zorros, la industria y el éxito en general (vamos, que menos para la salud, sirve para todo lo demás). Lo mejor de esta deidad es su versatilidad física ya que suele representarse como masculina, femenina o andrógina. Y como viejo que empuja un carro de arroz, como mujer joven o incluso como Bodhisattva sexualmente sin definir siempre va acompañado de su emisario: el zorro. Claro que, a diferencia de los que son salvajes y viven en los bosques, los zorritos mensajeros de Inari (también conocidos como kitsune zenko, "zorro celestial") son de color blanco (de buen presagio), amables y generosos hasta el punto de que el único interés en sus vidas es ayudar y proteger a los seres humanos. Usualmente deciden adoptar una vida mortal y mundana, se transforman en humanos, se casan y tienen hijos. Por si esto fuera poco, también cuentan que estos zorros sagrados tienen un poder curativo inigualable, capaz de sanar cualquier enfermedad, y hasta algún que otro poder purificador como para expulsar fantasmas, demonios o incluso otros kitsunes menos simpáticos… y más valkíricos, añado. A mí, lo confieso, me gustaría un mundo repleto de kitsunes zenko donde la colaboración y el buen rollo fueran elementos recurrentes del día a día. Mientras esto ocurre, me quedaré con la sensación de magia que despiertan las fotografías de Andy y, sobre todo, con la familiaridad de San Antonio que, además de que está de onomástica, siempre aparece representado de la misma forma (aquí o en Santa María del Trastevere) lo que, por fortuna, no me da lugar a confusiones mitológicas ni de género, lo mire por donde lo mire.
EN BUSCA DE LA LUZ
Faro. Bahía de Arcachon. Copyright foto: Teresa Morales