Carnaval latinoamericano. Roma. Copyright foto: Teresa Morales
Nadie le había contado a Margarita que los últimos coletazos de la primavera en Finlandia eran casi tan calurosos como los días punta en el verano de su tierra natal. Nació en La Paz, una ciudad con un nombre que funcionaría como presagio de un estado interno que le acompañaría toda su vida. Pero las idas y venidas de sus padres, buscando en ocasiones y, en otras, huyendo, la llevaron a viajar por todo el mundo. De hecho, a los quince años ya había vivido en tres países diferentes y a los diecinueve, ya había dado el salto cruzando el gran charco para instalarse en un pequeño apartamento a las afueras de Madrid. Allí tenía un tío y una vecina que, antiguamente, también fue compañera de escuela y juegos. Sus padres, después de vagar sin hogar fijo, regresaron a Bolivia y ella, inquieta o, simplemente, inconformista, decidió permanecer en Europa y vivir del don que la naturaleza le había concedido nada más nacer: una sonrisa cautivadora y un ritmo sensual, casi chamánico (por su embrujo), a la hora de bailar. Margarita se convirtió en una profesional de la danza típica de su país y recorría chiringuitos, desfiles, ferias y locales con su falda rosa, su camisa y su capa de colores, resultado de la mezcla de las culturas andina y la hispana colonizadora. Un empresario de capital de provincias le propuso participar en un show antropológico donde actuarían, también, otras personas indígenas. Ella aceptó, cogió el billete y se marchó a París un fin de semana de junio, con su pollera de flecos y su gorrito. Allí conoció a madamoiselle Maisky, una polaca, nieta de refugiados que había sobrevivido a sus precaria formación con una creatividad hiperdesarrollada, causa de su innegable éxito como patrocinadora y publicista de firmas de moda. En los desfiles, Margarita compartió pasarela con tres mujeres de Madagascar, una de la India, dos hombres bellísimos de Mongolia, una joven etíope, dos señoras de la isla de Pascua y una brasileña intrigantemente misteriosa descubierta por un cazatalenos que gastó sus vacaciones en un safari por la selva amazónica. El último día, Margarita recibió cientos de elogios, un sobre con el cheque que le daría para vivir bien el resto del verano y un encargo: acudir al encuentro mundial de cholitas que tendría lugar en Helsinki. Ella aceptó, cogió el dinero y los nuevos billetes de avión y días más tarde, se presentó en la recepción del hotel donde había quedado con Ingrid, una cuarentona nórdica que había dedicado sus horas de tiempo libre al estudio del español y, por las mañanas, trabajaba exfoliando los cuerpos de los turistas y locales que reservaban cabaña en una de las muchas saunas de las islas vecinas. ¿Ingrid? La anfitriona sonrío, asintió y se despidió de una señora con la que había intercambiado una pequeña (y surrealista) conversación mientras esperaba. ¿Margarita? La mujer indígena sonrió y, en aquel momento, su indumentaria amplificó sus colores reflejando los tonos del arco iris sobre las paredes blancas de la estancia. El ascensor produjo un sonido de campanilla, avisando de que ya estaba ahí y las dos mujeres entraron para subir a la terraza del hotel donde diez mujeres que habían recorrido el mundo en busca de un futuro mejor habían sido seleccionadas para promocionar la cultura de su país. Desde allí, Margarita divisó el puerto y tres grandes barcos rompehielos que, durante un mes, permanecían anclados a la espera de la faena (intensa) del invierno. Sintió los 30 grados sobre su piel y un calor propio de las tardes de enero por las calles de su ciudad, las gotas de sudor recorriendo sensualmente la espalda y el peso de toda una vida de esfuerzo, pegado a su alma y absolutamente recompensado. “Nadie me había dicho que los coletazos de la primavera aquí eran tan calurosos como los días punta del verano en mi país”, dijo. Ingrid sonrió, se colocó las gafas y le ofreció un vaso de limonada. “Si te lo hubieran dicho, no hubieras venido vestida con el bonito traje de tu país”.
Dedicado a quienes salen, buscan, viajan, se esfuerzan, no dudan, bailan, sudan y, al final, triunfan y sonríen.