40... POR TODO LO ALTO


Retrato Teresa. Copyright fotos: R.M.A.

Los montes Aquilianos, en León, alcanzan los 2.000 metros de altitud. Una cota a la que se accede sin demasiados problemas si uno afronta el camino con prudencia, serenidad y entusiasmo. Mentiría si dijera que subí hasta el pico más alto, pero mentiría también si negara que estuve allí. La cadena montañosa se ve desde lo alto de Orellán donde los antiguos romanos supervisaban el trabajo de las minas de oro y hoy se eleva un mirador sobre el panorama rojizo y verde de Las Médulas. El frío y el viento se aposentan como los dueños del territorio, mientras abajo, entre castaños centenarios, los petirrojos se alzan como los reyes indiscutibles de un paraje que se mantiene en pie a pesar de la fragilidad de la arcilla. Cuenta la leyenda, que en tiempos de los romanos, el general de la legión, Casirio, estaba enamorado de la hija de Medulio, el jefe de los astures. Ambos eran rivales y acabaron enfrentándose varias veces. Durante una de las últimas batallas, Borenia, la guapa celta, se escondió en el bosque. Mientras tanto, un rayo cayó sobre Medulio y, dicen, no sólo le fulminó, sino que fundió todos sus tesoros hasta convertirlos en pepitas de oro que se extendieron por la zona. Casirio encontró a la mujer de la que estaba obsesionado y la convenció de que abandonara su escondite con el cuento de que los dos pueblos habían firmado la paz. Cuando la chica regresó a su aldea y vio la tragedia y las muertes lloró tanto, que sus lágrimas sin fin se convirtieron primero en río y luego en lago, con tanta fuerza, que acabaron arrastrándola hasta el fondo de las aguas. Hoy, dicen, a la bella ondina se la puede ver a orillas del lago Carucedo, cantando y peinándose los cabellos, de oro supongo. Yo, la verdad, a la ninfa la vi a los pies de la Cuevona, sonriente y relajada. "¿Quieres?", me preguntó. Se zampaba un bocadillo de chorizo y canturreaba como lo hacía mi abuela cuando tenía la mente despreocupada y se dejaba llevar por el placer de los baños de sol. "No, gracias, no como carne", le respondí. Ella se giró al escuchar mis palabras y se carcajeó “No creo que lo tengas muy fácil con tu dieta por estas tierras de matanza. Te llevaré a un sitio donde comerás bien y te cantarán el cumpleaños feliz”. Al parecer, la ondina no sólo era una virtuosa en diseñar lagos con su propio llanto, sino que conocía los pormenores de mi biografía y hasta el día exacto de mis 40. Se subió a un coche y me invitó a seguirla. Recorrió una carretera sinuosa donde había vacas y caballos que relinchaban de entusiasmo ante su presencia, cruzó pueblos, bendijo santuarios y decenas de kilómetros más allá, aparcó el coche enfrente de la Moncloa de San Lázaro. "Que le den bien de comer", le ordenó a un camarero de camisa y pantalón negro. Y así hicieron: pimientos asados de El Bierzo, tortilla con huevos de corral, pisto casero, caldo con berzas y cuando ya creí morirme de gula apareció un gentil hombre con una tarta y una vela. "Que tengas un bonito día", me deseó. El fuego de la chimenea hablaba con un niño y la ninfa me miraba con ternura. "A los 40, los sueños se hacen realidad", me confesó. Yo sonreí y le agradecí su regalo. Le pegunté por el lago, por los astures y hasta por los romanos y ella, entre plato y plato, me contó historias de ciudades que primero fueron bosques, me susurró leyendas de encantamientos y meigas y me dio alguna que otra sugerencia. "Ve hacia el norte y disfruta. Cuando llegues al mar yo seguiré ahí, entre olas y rocas, firme sobre la arena. Si me ves llorar no te asustes, es la marea que está subiendo. Formaré un gran oleaje que golpeará contra el acantilado, construyendo basílicas, palacios y magníficas catedrales. Si me ves de azul, acércate, es un color que me da paz y te reconfortará. Si me ves feliz, quédate. Tal vez encuentres tu hogar".

Es verdad. Lo confieso. No subí a los montes Aquilianos a pie, aunque muy cerca de allí salté y con mis manos casi los pude tocar. A Borenia no la vi, pero a la ninfa en la que se convirtió sí, y tal y como me dijo, llegué al norte, la marea subió, me dormí envuelta en azul y cuando la atisbé feliz, me quedé. Un cumpleaños por todo lo alto.