En 1946, las bombas ya no se oían (ni caían) en la parte más italianizada de Eslovenia. La Segunda Guerra Mundial ya tenía un fin y los países vencedores se repartían Berlín en un acto que daría pie a otra batalla, llamada sutilmente fría, entre las potencias del Este y el Oeste. En Lokavec, una aldea cercana a la provincia de Trieste, una mujer dio a luz a un niño de mirada curiosa y mente sensible, al que bautizaron con el nombre de Evgen y le impusieron el apellido familiar, Bacvar. Su padre murió cuando él tenía 7 años. Antes de los 12, la vida interpuso en su camino la rama de un árbol. Perdió la visión total de un ojo, no recuerdo si el derecho o el izquierdo. Poco importa el detalle porque tiempo después, los restos de aquella gran guerra sangrienta le dejaron en el camino una mina que, accidentalmente, estalló sin compasión, robándole la visión del otro ojo. Evgen se quedó ciego, pero su mirada continuó siendo curiosa y su mente, sensible. Ironías de la vida, se aficionó a la fotografía cuando a los 16 años, en la oscuridad de su adolescencia, consiguió fotografiar a la chica de la que estaba enamorado. Un acto que él ha considerado emocionante porque le produjo el placer de captar en una película un instante que él jamás vería. Sus inquietudes estéticas le animaron a estudiar Historia del Arte y filosofía en La Sorbona. Observaba los cuadros y las esculturas a través de los ojos de sus propios lazarillos que describían, sólo para él, lo que los maestros plasmaron sobre la tela o sobre el mármol. Poco a poco, Bacvar se fue transformando en un maestro de la luz hasta el punto de convertirse en el gurú que unía el mundo visible con lo invisible. Hace dos días, la ciudad de Roma inauguró una exposición sobre las imágenes de este ciego virtuoso que es capaz de hacernos ver lo que apenas se ve. La noticia hubiera pasado desapercibida entre la extensa oferta cultural de la Ciudad Eterna si no fuera por la ceguera, por la genialidad de Evgen y por ese título con el que han denominado a la muestra: La oscuridad es un espacio. Una vida, un tesón y un sensibilidad ejemplares y muy instructivos para quienes a veces nos perdemos en el camino creyendo que sólo existe si lo podemos ver y, por si acaso, también tocar. A la vista está que no siempre es así. Gracias, maestro.
LA OSCURIDAD ES UN ESPACIO
Autorretrato. Copyright fotos: Teresa Morales