Hay personas que hablan con los árboles. Yo soy una de ellas. Los abrazan y escuchan. A veces, colocan entre los huecos de la corteza del tronco deseos escritos en un papel. En otras ocasiones, simplemente los observan. Al árbol en sí, no a los deseos. Siempre, los admiran. De allí o de aquí. Aislados, como esta maravillosa joya que me encontré en mitad de la autopista solitaria del desierto australiano. En grupo, como los pinares que rodean las pequeñas aldeas de mi provincia natal. Débiles en apariencia, fuertes en su interior; vitales en sus hojas y ramas; más calmados y minimalistas… Árboles a los que hoy, no sé por qué, les quiero dedicar una historia que acabo de recuperar del baúl virtual. Un pequeño relato para un gran día primaveral. El de Natasha, que nació a orillas del Volga, en un pequeño pueblo de nombre impronunciable e inviernos gélidos. Hace ya, tanto tiempo, que ni ella es capaz de recordar la fecha exacta. Hoy, apenas se levanta de su mecedora de madera, enfrente de una ventana que da a los bosques que tantas veces vio retratados en la casa de su primer amor, el gran Gudev. Ni hijos, ni mucho menos nietos, pero sí tiene dos gatos: Aleksei y Grigory. Por las noches, los felinos se van de paseo y bordean el jardín hasta llegar a una colonia vecina donde habitan seis familias. Sus pasos, entre el silencio, retumban como una granizada en mitad del verano, de tormenta inesperada y refrescante, y a veces, despiertan incluso a la más dormilona de las mujeres: Natalie. Una escritora que alimenta su fantasía a base de copos de avena y decora la fachada de su casa con carteles de otras épocas que enmarca para congelar la historia y admirarla sin prisas y sin pausas. Ha escrito decenas de libros porque, según cuentan, las palabras le acompañan a todas horas en un desfile constante alrededor de su aura y ella no tiene más remedio que capturarlas en el aire para plasmarlas en un papel, dándoles forma y modelando así, una realidad gris que se convierte, poco a poco, en un paisaje multicolor. Como el que envuelve las nieblas de amanecida a orillas del Volga, en un tramo en el que una matriuska, de nombre Natasha, adormece su cotidianidad evocando historias de buenos días...
PEQUEÑA HISTORIA PARA UN GRAN DÍA
De Alice Springs a Uluru. Desierto australiano.
Copyright foto: S. Martínez.