UNA HISTORIA DA PASO A OTRA


Dragón. Sintra. Copyright foto: Teresa Morales

Cuenta la leyenda, que nada de lo que nos dijeron había existido en verdad. Ni Minotauro, ni Ulises, ni dioses enfurecidos saliendo de las profundidades de la tierra. Ceres no dio nombre a la agricultura y Dánae jamás llegó a ser la muchacha desafortunada a quien su padre encerró en el arca con Perseo. Tampoco existió el Olimpo, ni los templos de Delfos, ni las carreras de Pegasos, cabalgando con sus alas sobre el cielo tridimensional del Peloponeso. Nadie pone en duda ahora que, en verdad, Poseidón perdió su tridente por culpa de una disputa con una sirena. Y que Athenea, según dicen las malas lenguas esas que, con el paso de los años, pasaron a llamarse víboras, acabó siendo alimento de las serpientes, las mismas que protegían su templo. Según dicen, en la tierra mágica de Meteoras, donde hoy los turistas sudan y jadean hasta alcanzar las sombras frescas de los monasterios, nadie trabajó duro para ubicar aquellas construcciones en sitios imposibles y en Espartero se derrochó lo que no se había derrochado en toda Grecia. Cuenta la leyenda, que los mitos fueron un invento de los héroes reales, modestos y sencillos, a quienes no les gustaba que hablaran de ellos más que lo justo. Y se inventaron dioses, semidioses y seres fascinantes capaces de tener una doble vida: mágica y real. Aquella semana de un septiembre maldito para la historia, las mentiras y verdades de mi vida se entremezclaban con las leyendas y los mitos griegos de hace miles de años. Al final, lo único de lo que estaba segura es de que jamás había visto un mar tan tranquilo y azul como el Egeo.