De
camino a la estación de trenes, subía la cuesta de la Mataburros cuando un olor
a guiso invadió mi sentido del olfato. Inmediatamente me transporté a los días
de mi niñez cuando mis padres me llevaban de paseo por los pueblos del sur de
Gran Canaria, y los bares y restaurantes destinados a los alemanes e ingleses
dejaban en el aire una estela aromática a salchichas, ketchup y mostaza.
Aquello me recordó también las mañanas de los domingos en la casa de mis
abuelos, en Ávila. Mi abuela se levantaba temprano y nos invitaba a
despertarnos y salir de la cama con la dulce tentación del olor a torreznos
recién hechos. Vivían en Vallespín, en una propiedad particular que tenía un pequeño
jardín con un ciruelo, tres rosales y dos lilos. Enfrente, estaba la taberna
más famosa de la zona, el Teodorillo, y un poco más arriba, el precioso
edificio renacentista conocido como Palacio de Polentinos que desde hacía
muchos años acogía las dependencias de la Academia de Intendencia. En aquellos
tiempos, aún estaba ocupado por soldados que dedicaban piropos a las mozas, y
no tanto, por los papeles y recuerdos materiales que dan forma al actual
Archivo Militar. En aquel barrio se crió también Teresa. Exactamente en la
calle de Cobaleda. Junto con las otras niñas vecinas se acercaba hasta la
fachada de la Academia para ver cómo los cadetes tocaban la trompeta e izaban
la bandera a ritmo de himno nacional. No muy lejos de allí, a pesar de que era
cuesta arriba y en ocasiones el trayecto se hacía eterno, estaba la plaza de
Abastos. Cuando Teresa era pequeña, su madre la enviaba casi al alba para coger
el número de la compra de la carne. Una estampa que por aquella época, en la
posguerra, era lo contrario a la tranquilidad, el orden y el sosiego. Las
señoras corrían, dice Teresa, y puedo imaginar que hasta se dieran codazos o
pusieran la zancadilla para llegar primero y coger la mejor parte. En verdad,
no sé cómo sería exactamente aunque ella recuerda que algunas perdían los zapatos
y hasta los bolsos. “Aquella imagen se me quedó grabada. Era consciente de que
había mucha necesidad y quizás, algunos se aprovechaban de las circunstancias”, afirma. Teresa tiene 79 años y es una de las alumnas del Taller Hoy Yo También Cuento que imparto en el Centro de Mayores Jesús Jiménez Bustos. Voy allí y estoy con ellas de forma voluntaria. Yo, como monitora, les animo a expresar y compartir sus sentimientos, sus recuerdos, vivencias y anécdotas. Que tienen miles. Les enseño palabras nuevas que la mayoría desconoce, como empatía. Y ellas me describen las idas y venidas de un pasado que yo no he vivido, como el de los años cuarenta en la capital y los pueblos de la provincia de Ávila. Ellas se ríen, hacen amistades, salen de casa y en una hora y media, repasan el álbum personal para compartirlo conmigo y con el resto de alumnas. Yo, a cambio, les escribo historias con sus recuerdos que luego les leo y sonríen, emocionadas y sorprendidas, de que una vida tan normal como la suya sea protagonista, al menos una tarde a la semana. ¡Bravo por ellas!
Primavera en El Escorial. Copyright foto: Teresa Morales
Primavera en El Escorial. Copyright foto: Teresa Morales