Jerry's Milk Bar. Elwood. Melbourne. Copyright foto: S. Martínez.
Cuando el
padre de Antonia se compró una radio Marconi, no tenía muy claro en qué
consistía aquel invento, pero sí sabía que el precio que había pagado por aquel
aparato era lo suficientemente alto como para tenerlo a buen recaudo de los más
pequeños. Así que instaló el transistor en lo alto de la estantería, allá,
donde nadie pudiera acercarse para tocarlo. Cuando las voces de los locutores
comenzaron a salir por el altavoz, inundando el salón de un batallón de
personas a las que se oía, pero no se veía, el padre de Antonia casi se volvió
loco intentado averiguar por qué rendija de todas esas tan pequeñas saldrían
los que allí estaban metidos y hablaban, cantaban o contaban novelas
dependiendo de la ocasión. ¿Por qué no
saldrá a bailar ese que está cantando y por lo menos le vemos? Se
preguntaba el buen hombre. La bisabuela de Rosa tampoco atisbaba a imaginar
cómo funcionaba exactamente aquel invento y lo único que conseguía deducir era
que esos que hablaban no estaban en el mismo lugar que ella, así que enseguida
llegó a una conclusión: seguramente, podría hablar con su hijo, el que vivía en
Madrid, si se ponía cerca de la máquina. Sí, así era antes. No entendían, pero
preguntaban o, al menos, se interrogaban. Ahora, la cosa es bien diferente. Muy
pocos son capaces de explicar cómo funciona una radio y mucho menos de qué
manera se realiza una transmisión de datos tan veloz como la de internet que
permite recibir en España, en menos de
un segundo, un mail que acaba de escribir una persona de Australia. Nadie sabe
cómo es, pero lo damos por hecho, aceptando como normal la tecnología del está,
pero no se ve. La vida ha pasado a ser inalámbrica, como una transparencia
vegetal. Y no nos asombramos de los avances, cuando en realidad, cada nuevo
descubrimiento, científico o natural, es abrumador como esas primeras radios
Marconi de las que salían voces y sonidos inquietantes. Ojalá algún día
consigamos recapacitar sobre todo lo que ocurre a nuestro alrededor y nos demos
cuenta del fascinante mundo que nos rodea, admirarlo y agradecer que cada día,
en cada rincón de algún pueblo y ciudad, hay alguien que descubre algo que nos ayudará
a modificar la realidad. Para mejor, of
course.