LAS DELICADAS GOTAS EN MI CIUDAD

Rocío. Copyright foto: Teresa Morales. 

Leo la reseña de la nueva historia de la escritora japonesa Ruth Ozeki y no sé si es verdad o mentira. No sé si es una ficción o si resulta que la propia Ozeki sí que encontró ese tupper con dibujos de Hello Kitty a orillas del mar. Los envases de plástico flotan, sí. Pero... ¿de verdad es una historia auténtica? ¿De verdad había dentro un diario de una joven japonesa? Es obvio que tendré que leer la novela A Tale For The Time Being (El efecto del aleteo de una mariposa en Japón, Editorial Planeta) para saber la autenticidad de esta trama que, contada por una intelectual ordenada monja budista, promete ser sensible y repleta de delicadeza y lirismo, al más puro estilo oriental. Hay momentos en los que la verdad y la ficción se mezclan. Y una (es decir, yo), no sabe muy bien lo que ve o si, lo que ve es real o no. Recuerdo aquel viaje a Grecia. Y esa tarde, sentada en las escaleras de uno de los templos que siempre recordaré: el de Poseidón en cabo Sounion. Entre mitos y los destellos que el mar Egeo desprende al alba y al atardecer. Invadida por historias mágicas, un día pensé qué pasaría si nada hubiera sido real. Y si la historia verdadera fuera la de que cuenta la leyenda que nada de lo que nos dijeron había existido en verdad. Ni Minotauro, ni Ulises, ni dioses enfurecidos saliendo de las profundidades de la tierra. Ceres no dio nombre a la agricultura y  Dánae jamás llegó a ser la muchacha desafortunada a quien su padre encerró en el arca con Perseo. Tampoco existió el Olimpo, ni los templos de Delfos, ni las carreras de Pegasos, cabalgando con sus alas sobre el cielo tridimensional del Peloponeso. Entonces, si fuera así, podría decir que nadie pone en duda ahora que, en verdad, Poseidón perdió su tridente por culpa de una disputa con una sirena. Y que Athenea, según cuentan las malas lenguas que, con el paso de los años pasaron a llamarse víboras, acabó siendo alimento de las serpientes, las mismas que protegían su templo.
Según dicen, en la tierra mágica de Meteoras, donde hoy los turistas sudan y jadean hasta alcanzar las sombras frescas de los monasterios, nadie trabajó duro para ubicar aquellas construcciones en sitios imposibles y en Espartero se derrochó lo que no se había derrochado en toda Grecia. Cuenta la leyenda, que los mitos fueron un invento de los héroes reales, modestos y sencillos, a quienes no les gustaba que hablaran de ellos más que lo justo. Y se inventaron dioses y semidioses, y seres fascinantes capaces de tener una doble vida: mágica y real. ¿Os imagináis?
Y si todo hubiera sido así, al menos, en aquel instante a ras de las columnas erigidas al gran Poseidón, podría decir que habría una verdad y es que estaba segura de que jamás había visto un mar tan tranquilo y azul como el Egeo. Ni tampoco unas gotas tan bellas como esas que deposita el amanecer sobre las delgadas hojas de la hierba en los parques de mi ciudad.