Tengo una amiga que colecciona imágenes de San Antonio. En Roma, no sé muy bien por qué, los hay a cientos. Diría que, a patadas, pero el hecho de hablar acerca de un santo me obliga a ser un poco más respetuosa con el lenguaje. Y lo curioso es que, sea cual sea la iglesia, importante, grande, escondida, picola o desconocida, lo más probable es encontrar un S. Antonio. en alguna capilla. Santo al que se le pide pareja. En Santa María del Trastevere, la basílica que fundó el papa Calixo I en el siglo III, nuestro santo está invadido de peticiones que los feligreses, turistas y curiosos escriben sobre cualquier papel y colocan sobre cualquier pliegue y esquina de la escultura. Confieso que no plasmé mi deseo con tinta ni sobre el billete del bus, pero encendí una vela fina, alargada, de cera y mecha, como las que mis primos y yo encendíamos de pequeños en el santuario de nuestra ciudad natal. No sé si por reencontrarme con la infancia o porque, de verdad, la necesidad empieza a convertirse en una cuestión de fe. Y hasta di un donativo que sonó a bendición divina en esa cajita de madera que sólo el tiempo (y las termitas) han conseguido pulir y conquistar. Cuando se lo conté a mi amiga, que el santo no podía atender a tantas demandas y que así, ahogado en un océano de papiros contemporáneos, las posibilidades de que nos encontrara pareja se reducían, no se lo creyó. Hasta que le envié la foto. Una ligera risa, via mail, que yo traduje como un momento de conversión al “qué se le va a hacer”. La buena noticia es que en Roma hay tantas imágenes de S. Antonio como de Santa Rita, más conocida como “La de los imposibles”. Sabios estos romanos piadosos que, cuando se trata de amor, no dan su brazo a torcer. La fe, como el amor en aquella famosa canción, is in the air.
Copyright foto: Teresa Morales. Roma