El señor Horii es un anciano de 80 años que vive en un barrio residencial, aunque humilde, de las afueras de Tokio. Su mujer le ha venerado siempre y él ha venerado su matrimonio, con el mismo respeto y amor del primer día, cuando ambos jóvenes, por aquel entonces, se conocieron en una de las fiestas tradicionales de Asakusa. El día de su último cumpleaños, su hija le preguntó qué quería. Él respondió: "Quiero seguir aprendiendo". Keiko, una japonesa dulce e inteligente, le compró un ordenador portátil y le abrió una cuenta de correo electrónico. Llamó al servicio de telefonía y en menos de 24 horas, un técnico silencioso y eficaz, instaló una red wifi con conexión sin cables. Invento maravilloso y mágico que el señor Horii apenas podía descifrar. Un par de semanas más tarde, el alumno aventajado manejaba el sistema informático con cierta destreza, sin prisas, pero con seguridad. Paso a paso, había conseguido procesar los requisitos de la máquina y su método. Un día, Keiko escribió a una de sus amigas. Una periodista, soñadora y viajera, intrépida y alegre, a la que había conocido en la sala de embarque de Frankfurt, minutos antes de que un avión las llevara hasta Japón. Con la elegancia y diplomacia característica de los nipones, le comentó: "Querida Teresa, ¿me permites que hable un momento de mi padre y me sienta orgullosa de él? Su curiosidad y vitalidad no tienen fin y a su edad está aprendiendo a usar el ordenador. He pensado que a él le haría mucha ilusión recibir algún mail que otro de personas que viven fuera. ¿Le podrías escribir alguna vez?". El 7 de agosto de 2010, el señor Horii recibió su primer correo desde Roma. Abrió un fichero adjunto que contenía una fotografía de la cúpula del Vaticano al atardecer desde il Giardino degli aranci. Sonrió y se emocionó. Le preguntó a su hija: "¿Pero tu amiga no era española?" Ese día, antes de dormir, escribió en su cuaderno: "Lección del día: Los sueños y quienes los materializan viven en una dimensión informática donde no existe el tiempo ni el espacio. Parecen lejanos e imposibles, y a veces sólo es cuestión de abrir el portátil y presionar una tecla o, como mucho, dos para tenerlos (y sentirlos) muy cerca."
Copyright foto: Teresa Morales. Roma