PASITOS


A sólo 100 metros del número 77 de una calle de Madrid, alguien abandonó sus recuerdos tirándolos sobre la acera. Cajas de madera, muñecas antiguas, postales escritas con tinta semiborrada, marcos de fotos sin imágenes, cojines, un carrete de hilo azul, cuatro botones rojos aterciopelados y una bolsita de papel con un nombre y una dirección: Bertoni. Corso Garibaldi, 70-72, Milano. En el que entonces fue un establecimiento para costureras y sastres aventajados, hoy hay una fachada acristalada decorada por un vinilo en rojo con las letras Herman Miller y una frase: “El mejor diseño no es siempre el mejor negocio”. En la acera de enfrente, un hotel y un club. Poco tiene que ver la calle con la vía por la que, durante los años 50, Daniela paseaba todas las mañanas. Ella, su sonrisa sin maquillar y las historias que salían de su pequeña máquina de escribir...

Hoy, el hilo azul reposa sobre la mesa de mi "despacho" en via Margutta, los botones aterciopelados están (espero) en el taller de la diseñadora Marlota, para quien inventé esa historia, y aquella máquina de escribir ficticia es un ordenador portátil que me acompaña a todas partes. En Milano estuve el martes, en la presentación de un nuevo spot que Mónica Bellucci ha rodado para Dolce&Gabbana y Martini. No pasé por Corso Garibaldi (ni siquiera sé dónde queda). El día estaba gris y llovía y el viaje desde Roma fue como trasladarse en el tiempo, avanzando meses y hasta fronteras porque el norte de Italia se acerca más a la civilización global que a los dominios del caos y el sol...

A mi regreso, me esperaba la ciudad Eterna y un cielo protector, decorado con nubes y claros por donde se colaban los últimos rayos del día. En la piazzale de Villa Giulia, el Museo Etrusco aún tenía las puertas abiertas, así que me colé. El edificio, encargado por los papas de la época, ¡cómo no!, acabó siendo propiedad del reino de Italia y hoy alberga la que, seguramente, sea la colección más importante de arte etrusco encontrado en las ruinas de las asentamientos de esta antigua civilización, previa a la romana. Las figuras representadas en el sarcófago de los esposos me guiñaron un ojo mientras paseaba por la sala dedicada a Cerveteri y hasta percibí una ligera sonrisa en el rostro de él. Casi tres mil años de historia que me llevaron a los casi dos mil kilómetros de distancia que me separaban de ese rincón de Madrid donde alguien, alguna vez, abandonó los objetos del pasado a su propia suerte. El resto de la historia, ya lo iremos escribiendo...

Copyright foto: Teresa Morales. Museo Etrusco. Roma