Decía Jung, Carl Gustav Jung, para más señas, que a veces dos sucesos aparecían de forma simultánea en el tiempo-espacio sin ninguna razón casual. A eso lo denominó sincronicidad. Hay quien lo llama "suerte", "chiripia", "potra" o, lo más simple de todo: magia. Después de dos meses en esta ciudad maravillosa, bautizada como eterna, y bien llamada Roma, puedo asegurar que la energía de esta urbe tiene un no sé qué que, al menos a mí, me lleva de una casilla de la vida a otra por un sistema de sincronicidades absolutamente fascinante. No voy a contar la última, porque sería como revelar el secreto del chef, pero sí es cierto que a veces basta con estar despierta y receptiva para percibir, ver y sentir que aquello que no tiene explicación también sucede y, lo mejor de todo, es real. Y curioso, muy curioso, que cuando abrí la carpeta de las fotos de Japón esta mañana buscando "algo", la primera imagen que me recibió fue esta. Una calle en las cercanías de Shibuya, repleta de boutiques con nombres que en su momento me podrían resultar simplones o ininteligibles, pero que desde Italia y cuando empiezo el día, el Buona Giornata sabe a gloria, dibuja una sonrisa y me deja ojiplática. Como dicen aquí: che buffo!
Copyright foto: Teresa Morales. Tokyo.