LA MARIA È COSÌ

María G. Roma. Copyright foto: Teresa Morales

Tiene entre ochenta y noventa años, aunque ella no confiesa cuántos exactamente. El tiempo le ha ido transformando la piel y ha modelado un rostro a través de surcos y arrugas. Su coquetería, sin embargo, está intacta. Y sigue necesitando una hora (¡¡o más!!) para arreglarse, maquillarse, colocarse bien el flequillo y hasta el borde del sombrero. Medias de rejillas y faldas confeccionadas con tejidos que compró hace muchos años por un pastón, pero que hoy son un clásico de elegancia y buen hacer.

El arte y los niños… Ese es el secreto de su eterna juventud, donde encuentra vida dentro de la vida, sentido al sinsentido, energía hasta en días grises de lluvia y tormentas interminables. Y sonríe, incluso sin saber hacia dónde le llevará el destino (¡a su edad aún espera y confía en nuevos tiempos!), esperando que una giornata di sole surja en el calendario y le acompañe en su paseo matutino hacia la escalinata de Piazza di Spagna, para ver, oler y sentir el gentío de cámaras y risas, saludos y rosas, que se apelmazan alrededor de una fuente.

Por las mañanas, descubre el juego de amoríos que las sombras de las ramas de los árboles tejen sobre la pared de la casa de la vecina y busca, a través de un visor, la forma de captarlas sin alterar su ritmo ni, sobre todo, su momento de intimidad. Y después, alza la vista y ve los árboles del parque allá, a lo lejos, susurrando que el horizonte es verde y puro. La realidad le pone pruebas, como la Segunda Guerra Mundial, que vivió sin pan pero con glorias, al cobijo y calor de once hermanos, dice. Y ni las bombas de los alemanes ni la dieta de racionamiento la arrastraron hacia un deber, poco que ver con su personalidad. Y mientras la sociedad torinense se escondía de miedo entre los escombros, ella iba a orillas del Po para ver cómo la corriente del agua se llevaba sus propias fantasías al sabor, dulzón, de la miel que se zampaba sin límites y con gula.

Nella carrozzella stringi nelle mano

Il passare del tempo che trema

Dieci anni così

Lo sguardo nello spazio vuoto del niente

Lì dove altrove

Segnale della sofferenza

Quando allora perche

Giusto ingiusto a te a me a loro….

Hoy escribe poesía de la que a ella le gusta: sin reglas ni puntuación. Y hace gimnasia… Y se inventa historias que se cree, crea historias que a otros nos hubiera gustado inventar, rejuvenece con la compañía de su nieta, no necesita de los bisnietos (y los tiene) y duerme sobre un colchón de mil excusas que siempre le sacan a flote y le ayudan a avanzar, sin miedo a lo que digan. Aún se interesa por descubrir nuevos artistas jóvenes y se recorre las galerías en un trabajo que ella se ha propuesto como tal. Y cuando no lee física ni filosofía, rellena su tiempo con charlas telefónicas interminables poniendo a prueba sus conocimientos psicológicos que, por increíble que parezca, le solucionan la vida sentimental a más de una. Siempre consigue darle la vuelta a la tortilla para salir victoriosa (o al menos ilesa) y cuando estás a punto de no tomarla en serio, creyendo que su furbizia es más poderosa que su nobleza, surge un atisbo de lealtad y amor en su mirada. Y a la fuerza (o sin ella) se le acaba queriendo, pero sobre todo, admirando. De nombre, María. De apellido… demasiado conocido para escribirlo aquí, aunque a los títulos y otras distinciones con origen aristócrata apenas les hace caso. Quizás porque a su edad, entre ochenta y noventa, una ya ha visto, hecho e intentado de todo y sabe que la vida, a la fine, es un "lo que tenga que venir, vendrá".