BOQUIABIERTA Y ATÓNITO

Detalle. Piazza Farnese. Roma. Copyright foto: Teresa Morales

Salma tiene una hermana de la que sólo sé que, en su momento, algunos años atrás, usaba una falda roja y leía libros apoyada en el alfeizar de las ventanas de las casas de Tiljala, una de las barriadas de Calcuta. Hace cuatro años, esta niña apenas había entrado en la adolescencia. Hoy, será una mujer y, quién sabe, si le queda tiempo para leer. Descalza y absorta en la lectura, su inocencia se entralaza con su realidad, creando una composición de imágenes que van y vienen, a medio camino entre lo que ella sueña y lo que vive. La he visto muchas veces durante estos últimos nueve meses, apoyada sobre la pared blanca de la residencia de la fotógrafa que la inmortalizó y hoy, a modo de imagen impresa, reposa en un lugar de mi despacho. Apenas dos metros de distancia de ella, aparece en estos momentos otro rostro, el de la escritora, viajera y exploradora, Alexandra David-Néel, ilustrando la portada de la novela biográfica, Un destino luminoso, de Jean Chalon, que acabo de leerme. Un espíritu inquieto que, desde niña, perfeccionó la técnica del escapismo. Huir y avanzar hacia donde su alma se sentía en paz y viva. Los viajes por todo el continente europeo hasta atravesar fronteras e instalarse en India, más tarde en Tíbet y Nepal, fueron, no sólo su gran pasión, sino el sentido de una vida. Vida que nació a las afueras de París y que, incansable, construyó poco a poco sin rendirse. De hecho, fue en 1911, a los 43 años, cuando abandonó a su marido y se marchó, rumbo a oriente, donde le esperaba la más venerable de todos los ancianos y maestros espirituales: su propia felicidad.

A punto de cumplir los 101 años, ponía fin al gran periplo. Murió un ocho de septiembre de 1969 en su residencia de Digne Les Bains. Ese mismo día, del mismo mes (¡y quién sabe si hasta del mismo año!) en la vecina Italia nació una mujer que hoy trabaja para mejorar el mundo y hacer de este planeta un lugar más habitable y sostenible. La cadena de hechos, fechas y personajes vuelven a sorprenderme una vez más y me obliga a pensar que nada es gratuito y que, tal vez, cada día que escribo estas líneas a raíz de una imagen, un libro o una noticia, el mundo se confabula para diseñar una gargantilla de metales y piedras preciosas. No me veo escalando el Himalaya a lo parisina rebelde dentro de tres años, pero sí callejeando por los suburbios de la India guiada por la sabiduría de la niña de la falda roja y puede que hasta contando (y mejorando) su historia y la de miles como ella por encargo de un organismo internacional desde donde la mujer que nació cuando otra murió me telefoneó un viernes por la tarde para hablar de trabajo cuando yo, en esos momentos, estaba en Roma, en la casa de la fotógrafa y mirando, de frente, el apacible momento de lectura de la hermana de Salma. Curioso, francamente curioso.