La historia de hoy nace en una noche de mayo, en la esquina de la Piazza Navona con la via di Sant’Agostino. Allí, hay una tienda especializada en juguetes para niños que, en 1945, inauguraron con el nombre de Al Sogno (En los sueños). También hay una cafetería donde el poeta se sienta por las tardes para apreciar la luz del atardecer sobre la cúpula de la iglesia Sant’Agnese in Agone. “Andiamo”. "Sí". Nos levantamos y nos fuimos de ahí, rumbo al cobijo de cada uno. Él, apoyándose en su bastón de empuñadora de plata. Ella, a su lado, sujetando a Flaminia, incansable y fiel bicicleta que la lleva a todas partes. “No te muevas tanto, párate y escribe. Corto, largo, lo que tú quieras, pero escribe. Al final, todo tendrá un sentido.”
Dos días más tarde, Flaminia permanecía quieta y vigilante en via Margutta, paciente y sin prisas. El poeta se había ido a uno de las deliciosas villas que conforman Castelli Romani. Ella se aposentó en tierra de campos para recordar viejas historias mientras la brisa cálida con aroma pajizo y el croar de las ranas le dibujaban escenas veraniegas ubicadas en el kilómetro 362. De pronto, como por arte de magia, su mente se trasladó a las paredes del salón de la casa encantada. Estaban adornadas con un papel aterciopelado de color rojo. Un suave tacto que, quizás, D. Rogelio acariciaba todas las noches a medida que subía las escaleras de madera hacia el dormitorio, mientras se atusaba el largo y ondulado bigote y pensaba en sus negocios, en los dineros que había perdido, en los que apostaría al día siguiente o en el próximo viaje hacia algún lugar sin el ajetreo del mercado de los sábados que se organizaba en la villa...
Empezó a recordar y se vio en mitad de aquel espacio. Todas las puertas de las habitaciones superiores permanecían abiertas y la luz que entraba por la parte de la huerta iluminaba el interior de la casa. Incluso se colaba por los barrotes de la escalera y rebotaba sobre el suelo del piso inferior, cientos de losetas de pequeños rombos naranjas, verdes, azules, blancos y rosas con los que el propietario quiso enfatizar su pasión por la vida. Todas las puertas abiertas, digo, menos una que siempre, durante más de cien años, se mantuvo cerrada dando pie a leyendas de crímenes y cadáveres que nunca se encontraron...
“Párate y escribe”. Aquellas palabras volvieron a sonar en algún lugar dentro de mí y me trajeron de vuelta a la realidad. El sonido del notificador del mail me avisó de una inauguración, una amiga en apuros, otra vacilándome y un comunicado de prensa. Todo en el mismo minuto. Roma estaba descansando, sobre un manto de wisterias malvas, a salvo de un terremoto predicho y no cumplido, y a la espera de una semana de nuevos y estimulantes retos profesionales.