Mi particular Lung-Ta. Copyright fotos: Teresa Morales
Cuenta la tradición tibetana que el viento es el elemento natural del caballo. Cuando galopa por las llanuras, el viento se levanta para ir a su encuentro. Su cola larga y su melena fluyen libremente cuando acelera a través de la quietud del aire. Fue por eso que en las folclóricas y poderosas banderas tibetanas de la oración, los antiguos seguidores de la religión Bon pintaron un caballo en el centro de un trozo de tela al que denominaron Lung-Ta: el caballo del viento. Este dibujo representa el poder de la fuerza. Que es algo tan sencillo y generalmente tan complicado como sentirse libre de miedos. Los budistas están convencidos de que con esta energía, todas las cosas emergen sin obstáculos y la vida, supongo, fluye de una manera positiva, sin necesidad de aclarar dudas internas (porque no las habría) ni de consolar lágrimas de madrugada (porque no se provocarían). El caballo en cuestión, que aún no lo he dicho, porta tres joyas que simbolizan a Budha (el estado de Iluminación), el Dharma (las enseñanzas budistas) y la Sangha (la comunidad budista). Y los cinco colores representan los cinco elementos: Azul, el espacio; Blanco, el agua; Rojo, el fuego; Verde, el aire y el viento; y Amarillo, la tierra. Hay toda una historia alrededor del animal sagrado, y también una utilidad en las decenas de mantras escritos, dedicados, cada uno, a una deidad particular. Tal y como los remotos pobladores del Tibet concibieron esta pieza, el viento pasaría sobre la superficie de las banderas, y el aire sería purificado, santificado y hasta “dulcificado” por las poderosas emisiones de estos sonidos y, al final, las bendiciones recaerían sobre todos los seres que habitan alrededor. Mi afición por la conexión entre el ser humano y la energía del universo en su más pura esencia que algunas religiones orientales transmiten o, al menos, con ese mensaje me llegan, es algo que me atrae intensamente. Y quien me conoce lo sabe, tanto, como para regalarme un Lung-Ta. En mi casa ya cuelgan los cinco colores de estas banderas que, a pesar del tórrido mes de agosto (incluso en la meseta) se mueven y ondean, organizando así una forma más eficaz y sencilla de enfocar y disfrutar el día a día, desde, como recomienda cualquier místico (y a mí me gustaría ser capaz de practicar) la compasión, la bondad amorosa y la sabiduría. Sé que con las cosas de Buda no se juega, así que apenas unos minutos más tarde, la vida me ha puesto la primera prueba ya que he descubierto, con sorpresa, que una familia de murciélagos se ha apoderado de un hueco en el techo de mi terraza para hacer su nido y pasar el resto de sus vacaciones de verano alojados en un tercero con vistas a mis particulares Hamptons. Confieso que en menos de dos minutos mi cabeza ha empezado a planificar varias estrategias de acoso y derribo de estos ratoncitos ciegos que, además, tienen la habilidad de volar. Sin embargo, un ruido de ventana golpeando contra la pared me recordó que en cierta parte de la casa había corriente y que, seguramente, las banderas estarían ondeando, alegres y risueñas. Entonces, como hipnotizada por sus poderes, la compasión me susurró que los dejara en paz; la bondad amorosa me recomendó que los viera como un fenómeno que, tal vez, podría traerme algo bueno: el fin de los mosquitos; y la sabiduría se apoderó de mi miedo y consiguió que les pidiera (mentalmente, claro está) que disfrutaran de la terraza a cambio de no entrar en la casa. Tendré que dejar que el tiempo corra, como el viento, para observar si los nuevos inquilinos me han hecho caso y el Lung-Ta me protege y anima bajo su manto multicolor de mantras y joyas. Ya lo veremos.