LAS SORPRESAS DEL MÁS ALLÁ

Fontana del Nettuno. Bologna. Copyright fotos: Teresa Morales

Hay una cueva, en Vietnam, que es la más grande, larga e impresionante del mundo. Dicen de ella que no tiene fin, aunque, al menos, ya han descubierto casi cinco kilómetros. Una distancia que, dicha así, parece nimia, pero recorrida, a pie, es asombrosa. No tanto por la extensión, que también, sino por lo que cobija. Incluso un bosque. Sí, un bosque tropical, con flores y cascadas. La selva vietnamita, tal y como la hemos visto en documentales y películas, pero bajo tierra. Las paredes de Hang Son Doong llegan, en ocasiones, a medir más de 200 metros de altura. En las varias galerías que los científicos y expertos han inspeccionado, hay estalactitas de unos 70 metros. Increíble. Por desgracia, no tengo imágenes propias, pero la humanidad cuenta con la fortuna de apreciar el maravilloso trabajo que ha hecho el fotógrafo Carsten Peter. Me admira el tono pausado y absolutamente fascinado de este alemán cuando muestra su obra y me gustaría llegar a expresar con la misma modestia y entusiasmo el resultado de mi creación, como hace él que, desde hace años, y a pesar de su juventud, se ha convertido en uno de los grandes fotógrafos de National Geographic. Sus imágenes del interior de Hang Son Doong son extraordinarias, como también lo son las de las cavidades en los glaciares que decoran la parte más gélida del planeta y que se pueden apreciar en su página web. A través de estos recovecos interiores y escondidos, una vez más la naturaleza vuelve a sorprenderme y motivar mis ansias de descubrir ese "más allá" que a veces, muchas veces, no vemos delante de nuestros ojos, pero que existe y que cuando damos con ello, nos encontramos con un tesoro indescriptible y fascinante. Dicen que los habitantes de esas aldeas remotas de Vietnam ya conocían de la existencia de la cueva y que, incluso, en algún momento fue utilizada como refugio en la guerra contra Estados Unidos. Lo curioso es que su conocimiento no ha sido oficialmente público hasta 2009 y ha sido en 2010 cuando un equipo al completo de biólogos, espeleólogos, científicos y el propio Carsten han descendido hasta las profundidades del planeta para captar, estudiar, retener y palpar lo que allí hay. Estos descubrimientos me conmueven y me empujan a dos cosas. Por un lado, a seguir creyendo en mis sueños, en esos pálpitos que a veces, sólo a veces, tenemos aunque no podamos comprobarlos ni asociarlos a nada tangible que los dé cómo válidos a los ojos de los demás. Por otro, me anima a creer en las posibilidades infinitas de este mundo y, por extensión, del ser humano. Infinitos son los caprichos de la naturaleza que nadie puede imaginar ni prever, como la formación de una duna gigante que el viento empujó en una noche de agosto y que dejó bloqueados y aislados a unos quinientos turistas en la localidad de Punta Paloma, en Tarifa. Lo cual hace de la noticia un evento tan dramático para algunos como simpático y surrealista para otros. Infinita es la capacidad de la rusa Natalia Avseenko para bañarse desnuda, con un par de ballenas sin que la temperatura del agua, alrededor de dos grados bajo cero, colapse su organismo hasta dejarla cao. Gracias, evidentemente, a técnicas de meditación. Infinita es la belleza de las imágenes que registraron de ese momento mágico cuando Natalia y las belugas danzan al unísono en un mar, el Ártico, que se cuela en las dependencias de un delfinarium, en las gélidas tierras del noroeste de Rusia. Sin fin, como un bucle, es (y los hechos lo demuestran) la capacidad humana para indagar en busca de algo misterioso e inquietante. Algo que, en círculos académicos y místicos, puede incluso ser objeto de estudio y diálogo, como el que estos días tiene lugar en Ávila, dentro del Congreso Mundial de Universidades Católicas. Y no es que la cuestión apostólica y evangelizadora de estas instituciones, en sí, active la devoción en la fe cristiana con la que me educaron (y que debo reconocer que fui perdiendo con los años), pero escuchar a uno de los máximos responsables de la iglesia, sólo a un paso por debajo del Papa, me resulta apetecible. Por una cuestión intelectual y porque en su ponencia, el cardenal y prefecto de la Congregación para la Educación Católica, Zenon Grocholewski, afirmó cosas tan generales y básicas para todos los que pisamos tierra, como esta bonita expresión de la "caridad intelectual" (a la que yo asocio con una básica colaboración de pensamiento en pro de una sociedad más abierta y solidaria) y una frase, absolutamente reveladora en tiempos en los que todos quieren descubrir un punto de luz entre tanto desorden existencial: “Lo que pueden conocer les abre a la gran aventura de lo que deben hacer”. El cardenal Grocholewski hablaba de los estudiantes y su introducción a la realidad a través del intelecto, asociando la búsqueda de la verdad como objeto del conocimiento con la libertad de hacer que surge como consecuencia de este. Conocimiento, intelecto, ética y verdad en la vida de cada uno que nos lleva, con mayor o menor intensidad, a descubrir cuevas infinitas donde los sueños lucen, reales, como piedras preciosas.