Museo Balenciaga. Getaria. Copyright fotos: Teresa Morales
Las columnas de yeso de la cueva mexicana de Naica miden más de once metros de longitud. Lo sorprendente es que estas formaciones han estado creciendo durante un millón de años y su desarrollo ha sido tan lento que los investigadores han tenido que recurrir a un microscopio especial para poder medir esta evolución. A mí, este tipo de descubrimientos me deja un poso de esperanza. Principalmente, porque me anima a creer que mi metro y cincuenta y seis centímetros no es un límite máximo, sino una etapa en mi propio progreso. Sí, por supuesto, ya sé que un millón de años es mucho tiempo, pero no está de más pensar que, salvo que a alguien se le ocurra incinerarme, mi organismo puede seguir expandiéndose, vía subterránea, hasta dimensiones insospechadas. Algo así, extenderse hasta dimensiones insospechadas, es lo que (a mi juicio) ocurre con algunas mentes calenturientas que, película tras película, no consiguen liberarse de sus miedos y fantasmas: transexuales, traumas infantiles, complejos de todo tipo, agresiones físicas, violaciones y demás perversiones con las que la naturaleza humana a veces, sólo a veces, decora la existencia. Yo me inclino más por crear y contar historias preciosas interpretadas por seres amables y quizás, sólo quizás, por eso me desequilibra un poco el hecho de que algunos artistas transformados socialmente en genios se empeñen en habitar pieles transgénicas y antipáticas. He de reconocer que no tengo necesidad de ir al cine para ver escenas donde hombres violan a mujeres para que otro hombre, minutos después, quiera hacer el amor con esa misma fémina. Ni para fijar la mirada en más de cinco minutos de metraje que recrea otra violación. Y ya van dos en ciento diecisiete minutos de película. En fin, nada mejor para hablar de una obra que aconsejarle a cada uno que vaya a verla y juzgue por sí mismo si ese tipo de arte es lo que le conmueve y le ayuda a evolucionar por senderos que cualquier adolescente denominaría “buen rollo”… o todo lo contrario. Y sí, por supuesto, más allá de la historia que, sinceramente, non mi piace, de cómo hilarla o de cómo hacer un patchwork surrealista con varias ideas, la dirección artística (lo reconozco) es impecable y la maestría a la hora de colocar y armonizar formas y colores, estupenda. Hitchcock hizo lo propio con solo dos tonos: el blanco y el negro. Consiguió dirigir a las propias sombras y les dio, incluso a las de las hojas de los árboles que los espectadores imaginaban en los jardines de cualquiera de esas mansiones en las que pasaban cosas, un protagonismo prioritario al del mejor actor o actriz. También había peleas, celos, asesinatos, neuras, psicosis, desequilibrios mentales, malos, malas…y, sobre todo, insinuación. Sirva todo esto para decir que, supongo, no soy del todo objetiva al escribir este post porque, evidentemente, ver Rebeca después de La piel que habito es una traición (dejémoslo sólo en desventaja) para Almódovar. Pero si al menos él me hubiera presentado esa historia truculenta de venganza con una introducción semejante a la que escribió Daphne du Maurier en la novela que le sirvió de guión a Hitchcock, probablemente ya me hubiera predispuesto mejor y, a buen seguro, habría conquistado mi parte más lírica como lo hizo esa voz en off de Joane Fontaine: Anoche soñé que volvía a Manderley. Me encontraba ante la verja, pero no podía entrar porque el camino estaba cerrado. Entonces, como todos los que sueñan, me sentí poseída de un poder sobrenatural y atravesé como un espíritu la barrera que se alzaba ante mí. El camino iba serpenteando, retorcido y tortuoso como siempre, pero a medida que avanzaba me di cuenta del cambio que se había operado. La naturaleza había vuelto a lo que fue suyo y poco a poco se había posesionado del camino con sus tenaces dedos… Algo que me lleva, otra vez, de vuelta, a creer que la evolución de lo natural nunca se frena y que, por eso, en algunas cuevas perdidas de México, como la de Naica, las columnas de yeso siguen creciendo después de más de un millón de años. ¡Fascinante!