Barcelona. Copyright fotos: Teresa Morales
Dos meses entre idas y venidas, mesas de redacción, la capital de provincias y la capital de España. Un verano prorrogado que llegó hasta mediados de octubre y un otoño que ha entrado con fuerza, pero con luz. Una ciudad, Barcelona, que se dejó ver y acariciar entre sonrisas y miradores, entre altares y misterios, a ritmo de sardana y manos entrelazadas. Un parque, el de la fuente del Berro, que me sorprendió y conquistó. Por el que pasea una familia de pavos reales que van y vienen hasta las colonias vecinas sin alterarse por el tráfico ni por la gente. Varias escapadas cortas a lugares en los que ya había estado, que me dejaron el sabor de amigos y la fragancia de las relaciones cálidas que dan tibieza al alma. Desasosiegos en su justa medida e incertidumbres a punto de desvanecerse. Bueno, de hecho... ¡pop! se acaban de ir. Mensajes, llamadas, sonrisas… Alguna fantasía y cuarto y mitad de esperanza, de esa que dejo sobre la mesilla, junto a la imagen de la Madonna del Divino Amore, para no perderla de vista. También hubo pintadas gigantes que adornan y engrandecen rincones destinados a escombros que acabarán siendo locales amplios y luminosos. Dos meses sin escribir aquí, aunque siempre pegada a la tecla. Habrá que retomar el hábito y contar historias, aunque sean inventadas, como la de Fellini esperándome en Via Veneto o la gran Magnani saludándome entre los flashes de los paparazzi. Esta noche empiezo, prometido. Al menos ya tengo los materiales preparados y sólo falta construir el andamio, silbar y ponerme a trabajar. ¡Palabrita!