BAILE (MÁGICO) DE FECHAS


Bologna. Copyright fotos: Teresa Morales

Ahora, que la Navidad está a la vuelta de la esquina, es un tiempo perfecto para descubrir el verdadero origen de nuestros hábitos festivos. Eso fue lo que pensé esta mañana intentando encontrar una razón (convincente) de por qué el 24 de diciembre por la noche las personas se reúnen para celebrar algo. ¿Celebrar el qué si el niño Jesús aún no ha nacido? Pensé que las costumbres de los primeros cristianos me podrían decir algo más e indagando en internet me topé con algunas páginas donde me contaban que, en verdad, lo que se celebraba era el 25. Lo curioso es que nadie puede confirmar a ciencia cierta la fecha exacta de aquel nacimiento. Al parecer el origen de todo viene de los paganos, que allá por tiempos de los romanos celebraban el Nacimiento del Sol Invicto. Un día en el que comenzaba a alargarse la luz y a acortarse la oscuridad. La asociación para los primeros cristianos con el primer día de vida del Mesías era inevitable por cuanto de guía y líder spiritual tendría y tiene para la humanidad. Lo curioso es que ya en tratados de solsticios y equinoccios se afirma que Jesucristo fue concebido el 8 de las calendas de abril (hoy 25 de marzo) porque según se estimaba, de acuerdo con la visión perfecta y cíclica del universo donde el círculo siempre se cierra, ese era también el mismo día de su muerte y Pasión. Y, echando la cuenta de la vieja, si fue concebido el 25 de marzo, la celebración de su nacimiento se fijaría nueve meses después, es decir, el 25 de diciembre. Haciendo memoria de cómo he celebrado yo, no otros nacimientos, sino otras concepciones, este último 25 de marzo estaba en Roma. Me acerqué temprano a Villa Borghese a meditar debajo de uno de mis árboles favoritos. Me vi volando, que empieza a ser una imagen recurrente, aunque otros años aquel día estuviera viajando en tren. Sonreí, pedí y respiré. Luego, me envolvió una luz y agradecí que el tiempo fuera benévolo porque para entonces, en Roma ya luce una primavera cálida a pesar de las ausencias frías que sólo se hacen tibias y tangibles en el silencio de la reflexión. También circulé con Flaminia, mi bici que desde hace cuatro días reside en España, por las vías y vicolos del centro de la ciudad hasta llegar a piazza Navona donde Emma Bonino y María Teresa Fernández ofrecieron una conferencia sobre las políticas de igualdad a favor de las mujeres. Luego, lo recuerdo, comí con mi gran amiga Sheila McKinnon en una terraza al aire libre, escondida en el cruce de tres callejones. Y rematé mi particular celebración de aquella mágica jornada tomándome una copa con Vijay, una amiga india a la que la vida le ha dado un par de cánceres y una personalidad solare capaz de iluminar y guiar hasta a los propios ángeles que se encargan de transportar la casa de la Virgen María. Tal y como hacen en una pequeña localidad de la costa adriática italiana donde cada 10 de diciembre encienden una gran fogata para que los ángeles vean el camino. Y es que, tal y como cuenta la tradición o la mera leyenda, la santa casa donde nació la Virgen María, en donde recibió el Anuncio de la Encarnación del hijo de Dios y en donde vivió con Jesús y San José, fue trasladada en el año 1291 desde Nazaret a Tarseto (en Dalmacia, Croacia) para ser protegida y resguardada de todo peligro, ya que entonces Palestina había sido invadida por los mamelucos. Fueron los ángeles quienes sobrevolaron el mar para depositarla allí. Tres años más tarde, justo un 10 de diciembre de 1294, aquel santo hogar fue trasladado de nuevo a la ribera opuesta del Adriático, a Italia, entre un bosque de laureles, llamado en latín Lauretum de donde el pueblo y el actual santuario cogió el nombre. Mi último 10 de diciembre no me acerqué hasta mi árbol, aunque lo celebré a mi manera, no tan cerca de Loreto como el año anterior, pero a escasa distancia de una necrópolis pagana y otra cristiana que no compartían religión pero sí lindes de sepulturas. Allí, Constantino I levantó una basílica, justo sobre el lugar sagrado donde se encontraron los restos de san Pedro, discípulo y príncipe de los Apóstoles sobre quien Jesús depositó la confianza y la responsabilidad de edificar su propia iglesia. Una religión, la cristiana, que en estos días celebra cenas y noches, aunque a veces no sepamos cuál es el origen y mucho menos, la importancia de ciertas fechas que para mí son casi tan emblemáticas como el Nacimiento del Sol Invicto. Un momento para reflexionar y darnos la oportunidad de acercarnos unos a otros con la emoción que provoca saber que estamos ante una época en la que, si nos relajamos, veremos cómo la luz se alarga y la oscuridad se acorta.