LA FELICIDAD ES MÁS SI SE COMPARTE


Matthieu Ricard. Copyright foto: Coca-Cola, Derechos Reservados

En 1972, mi madre dio a luz a una niña a la que llamaron Teresa. Pesó unos cuatro kilos y trescientos gramos, aproximadamente y, dicen, el parto fue fácil y la recién nacida vino al mundo feliz y sonriente. Ese mismo año, Matthieu Ricard, un joven francés estudiante de biología, recién doctorado en genética molecular, tuvo la corazonada de que el sentido de su vida se hallaba entre los templos del budismo y no entre los tubos de ensayo de los laboratorios. Ni corto ni perezoso, abandonó Occidente para irse a vivir a los Himalayas donde todavía hoy reside y medita. A Teresa la vida le proporcionó el privilegio de estudiar lo que quiso y, más allá de las obligaciones académicas, a formarse en lo que más le gusta, buscando maestros, enseñanzas, religiones, filosofías y gurús de índole oriental que desde bien joven le iluminaron con valores que defendían la conexión con lo universal. La solidaridad, la empatía, la honestidad y la benevolencia en todas sus formas y dimensiones. El 10 de abril de 2012, Ricard, ya monje budista, fotógrafo experto en paisajes y gentes, aterrizó en Madrid para participar en el II Congreso de la Felicidad organizado por Coca-Cola. Como una guía, la diosa fortuna sentó a Teresa en uno de los pocos asientos libres del patio de butacas de la sala principal de los Teatros del Canal, justo el que quedaba enfrente del escenario. “Está reservado para prensa”, le dijeron. “Yo soy prensa”, respondió ella. “Entonces este es tu sitio. Lo verás como si fueses la reina”. Cuando uno va a ver a su maestro o, al menos, a uno de los muchos que en el tiempo ha ido siguiendo y escuchando, aquellas palabras y ese momento parecían los designios, ya escritos, de un poder sobrenatural.

Matthieu Ricard es sencillamente un hombre que pasaría desapercibido si no fuera por su túnica budista color azafrán que combina con unas deportivas de trekking. Sereno e inteligente, su aparición sobre el escenario tenía un no sé qué de quietud envuelta en una energía vital vibrante. Apenas diez minutos más tarde del inicio de su charla, el monje maestro afirmó: “La felicidad es el objetivo de la vida. Es un estado mental de ser y estar”. Aquellas primeras sentencias dieron paso a todo un argumento hilado basado en varios de los principios del budismo que tienen como objetivo el control interior a través de la meditación. “La diferencia entre sentirla o no depende de la forma de experimentar y vivir las cosas. Pero la felicidad no es sólo aquella individual porque la realidad no está hecha de entidades aisladas. Nuestra propia felicidad ha de ser colectiva y ha de estar interconectada. El altruismo es lo que de verdad nos lleva a una felicidad genuina”. Me alegro mucho de que una institución en la materia, como lo es Ricard, al que algunos estudios científicos han calificado como el hombre más feliz del mundo (no por un antojo de expertos, sino como resultado de analizar su cerebro) haya venido a Madrid para hablar alto y claro acerca de la colaboración entre los humanos como base sólida de la felicidad. Así mis sospechas y palabras de ánimo y aliento a la cooperación, que difundo cuando puedo entre mis amigos, familia y pseudoconocidos, no caerán en saco roto. En Italia, los periódicos dan la noticia de que en sólo tres meses ya ha habido 23 suicidios de empresarios y trabajadores por la desesperación que sufrían ante su situación económica ruinosa. ¿Y esto qué tiene que ver con la felicidad? Todo, porque alguien me apunta que "en España no somos de suicidamos, sino de matar a otros". Es decir, que no sólo aumenta la mortalidad sino también la violencia. Un caso de ira contenida y de envidia. Dos elementos que, a mi modesto entender, son gérmen de esta competitividad que nos envuelve y de la que no siempre es fácil salir. ¿No querer ser el más y el mejor? ¿No tener ambiciones profesionales de dinero y fama? ¿Rechazar una oferta de trabajo en una gran empresa por irse a trabajar a una pequeña localidad de provincias? Y más increíble aún ¿ayudar a otro para que consiga justo aquello que a ti te falta? ¡De locos! ¿verdad? Sin embargo, en biología, como en budismo, la interdependencia es una palabra clave y la cooperación entre todos los elementos (ya sea un átomo o una persona) es la garantía de un mejor funcionamiento global. “El amor altruista y la compasión y consideración hacia los demás es la raíz de la verdadera felicidad”. Ricard repitió esta idea una y otra vez durante su conferencia, ante la silenciosa y entregada presencia de todos los asistentes que, seguramente, hayan tipificado la felicidad como un objetivo, una búsqueda y espero que, también, un lema, un mensaje y una imagen para transmitir y compartir. Porque, tal y como publicita la marca anfitriona del evento, “la felicidad es más si se comparte”. ¡Y eso, es así!